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ABRIL

Lucas permanecía cerca de mí, haciendo las veces de chófer privado y de guardaespaldas. Estaba ahí sólo por aparentar, porque sin duda alguna a mí no me hacía falta un hombre para pelear mis batallas. Cuando lo había contratado, sólo lo necesitaba para que me llevara de un sitio a otro de la ciudad, para que yo pudiera seguir trabajando en el asiento trasero, pero él me había ofrecido más servicios. Tras años trabajando a mi mando, había desarrollado un fuerte instinto de protección hacia mí.

La lealtad era mucho más valiosa que un salario, así que había aceptado su oferta.

Jessica y Courtney me seguían con los cuadernos preparados para apuntar cualquier cosa que yo pudiera necesitar. Permanecían en silencio, analizando la sala e informándome si alguien importante se acercaba a mí.
Eran mi séquito profesional, creando un círculo intimidante que hacía que los socios empresariales se pensaran dos veces si aproximarse o no a mí.

Si estuviera sola, no sería capaz de espantar a las moscas.

Una mujer con traje negro se acercó a mí desde la pared del fondo del auditorio. El traje se ajustaba a sus hombros fuertes, un conjunto hecho a medida que era a todas luces obra de Armani. Bajo la camisa y la chaqueta se insinuaba un cuerpo vigoroso, y sospechaba que había una pared de músculos allí escondida. Sólo le dediqué un breve vistazo y mantuve mis pensamientos y mis reacciones enterrados en mis ojos cafés. No reconocí su rostro y me pregunté si sería una aspirante a empresaria.

Con esa apariencia y aquella seguridad, probablemente lo conseguiría.

Jessica interpuso su cuerpo en su camino, cortándole el paso antes de que pudiera llegar a mí.

―Disculpe, señora. ¿Puedo ayudarle?

La contempló con las manos metidas en los bolsillos. No fue una mirada hostil, pero sus intensos ojos marrones desprendían tanto poder que llenaba la sala como si de humedad se tratase. No apartó los ojos de ella en ningún momento, ordenándole en silencio que se hiciera a un lado.

Jessica se encogió visiblemente ante mis ojos, derritiéndose como mantequilla allí mismo. No quedó claro qué fue lo que le hizo dar una gran zancada hacia la izquierda: su evidente atractivo o el poder que irradiaba.

A mi ayudante le hacía falta un poco de coraje.

Ahora nada se interponía en el camino de aquella mujer, así que me enfrenté a ella con las manos unidas sobre la cintura. No me encogí como había hecho Jessica, pero mentiría si dijera que su semblante serio no tuvo ningún efecto en mí. Tenía la mandíbula cincelada con perfección. La camisa de color crema se ceñía sobre su cuerpo, dejando ver los músculos bajo el tejido. Tenía los ojos marrones como una taza de café caliente una tarde de otoño, pero brillaban con una intensidad tan fría como una mañana invernal. Me miró con la misma expresión dura que le había dirigido a mi ayudante, sin sentirse intimidada por mí ni lo más mínimo.

Las personas me inspeccionaban con opiniones variadas, algunas me respetaban y otras dudaban de mi trabajo. Eran sexistas sin ni siquiera darse cuenta. Hasta el momento, no podía decir cómo me veía aquella mujer.

No hubo ningún intercambio de palabras, pero se produjo una conversación entre nosotras. Fue una batalla silenciosa de seguridad y poder. Parecía estar poniéndome a prueba, pero yo también la estaba poniendo a prueba a ella. Cuanto más tiempo pasaba sin que ninguna de las dos se pronunciara sin perder nuestra seguridad, más confiadas parecíamos.

Tenía todo el día.

Sacó la mano derecha del bolsillo y la extendió hacia mí.

―Samantha Rivera.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora