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La madre de Thorn me dio un beso en cada mejilla antes de abrazarme, estrechándome como si fuera mi propia madre.

―Ha sido maravilloso poder verte, Abril. Haces que mi hijo sea un gran hombre.

―Gracias, Liv, pero ya era un gran hombre antes de que apareciera yo.

A continuación, su padre me besó la mejilla antes de abrazar a su hijo.

―Gracias por la cena.

―De nada, papá. ―Thorn le dio una palmadita en la espalda antes de retroceder―. Pásenlo bien en Bora Bora. Tomen muchas fotos.

―Lo haremos. ―Liv se despidió con la mano antes de que ambos se subieran a la parte trasera de su coche. Las ventanas estaban tintadas, pero sospechaba que seguían agitando la mano de todos modos. El chófer se alejó, sumergiéndolos en el tráfico de Manhattan.

―¿Que ya era un gran hombre antes de que aparecieras tú? ―preguntó Thorn con una carcajada―. Ni mis padres se creen eso. ―Sacó el teléfono y mandó un mensaje a su chófer para que viniera a recogernos al restaurante.

―¿Qué se supone que tenía que decir? ―pregunté con incredulidad―. ¿Que eres el mayor idiota del mundo?

Sonrió al oír el insulto.

―Al menos habrías dicho la verdad.

―No voy a insultar a una madre diciéndole algo así sobre su hijo.

―¿Por qué? ―preguntó―. No es que no lo sepa. Me crio ella, ¿sabes?

―Divisó el coche mientras aparcaba en el arcén. Abrió la puerta de atrás y me ayudó a entrar antes de sentarse a mi lado. Una vez que estuvimos solos en un coche con las ventanas tintadas, nos alejamos y yo me senté junto a la ventana. Llevaba un vestido de noche largo que sería perfecto para un baile de etiqueta. Thorn lucía un traje negro que me complementaba.

En cuanto estuvimos a solas, volvimos a centrarnos en los negocios.

―¿Qué tal ha ido la cosa con Bruce?

No le había mencionado aquello porque sabía que se tomaría la noticia tan mal como yo.

―Pues fatal, la verdad.

Restó importancia a mis palabras.

―Tú crees que fue fatal, pero eres la mejor del negocio, Garza. No te subestimes. Habría ido yo mismo si creyera que no eras capaz de manejar la situación.

Aprecié el elogio, pero aquello no serviría para consolarme en esa ocasión.

―En cuanto entré allí, se comportó con frialdad. Apenas me escuchó, hizo peticiones ridículas y luego ni siquiera me acompañó a la puerta, pero no tuvo ningún problema en quedarse mirándome el culo.

―En su defensa diré que tienes un culo muy bonito.

Puse los ojos en blanco.

―Venga ya, sabes que todos los hombres son unos cerdos. Nunca te ha molestado, así que no dejes que te moleste ahora.

―Ya sabía que la reunión iba a ir mal antes de que intercambiáramos dos palabras, pero cuando llegué al recibidor, me enteré de por qué estaba comportándose de aquel modo. Había otra oferta sobre la mesa y él ya había decidido aceptarla antes incluso de reunirse conmigo.

Thorn se giró hacia mí y sus facciones adoptaron un gesto serio. Sus ojos azules no estaban tan bonitos como de costumbre, pues se habían vuelto de un azul gélido.

―¿Otra oferta? ¿Quién más sabe esto?

No debería haber infravalorado a la mujer con la que me acostaba.

Sentía aquella poderosa atracción hacia ella por un motivo: porque era una tirana sin piedad que pretendía ser la dueña de toda la ciudad algún día, si no del mundo entero.

―Samantha Rivera.

Thorn estrechó los ojos, claramente iracundo.

―¿Se lo has contado?

―No. En ningún momento le he mencionado nada.

―¿Ha husmeado entre tus cosas?

―Nunca tengo el ordenador a la vista cuando está en mi casa y siempre estamos juntas en la misma habitación. Además, no creo que ella sea capaz de hacer algo así. Es demasiado honrada.

―Cuando hay negocios de por medio, nadie es un santo.

―Creo que se ha enterado por sus propias fuentes.

―¿Pareció sorprendida al verte?

―No, pero yo tampoco.

Thorn suspiró y miró por la ventana, cayendo inmerso en un silencio asfixiante.

―Garza, no podemos perder este trato.

―Ya lo sé.

―Es una oportunidad única. Sea lo que sea lo que ofrezca Rivera, tienes que igualarlo.

―No estoy segura de que haya posibilidad de discutir las ofertas.

Llamaré mañana a Bruce para tantearlo. ―Me avergonzaba haber perdido contra Rivera hasta sin saber qué habría ocurrido. Simplemente daba por hecho que había ganado ella por el comportamiento de Bruce. Yo tenía suficiente confianza en mí misma como para no rendirme nunca, pero también tenía suficiente intuición como para saber cuándo estaba perdiendo una batalla.

Estaba claro que Bruce prefería a Rivera antes incluso de reunirse conmigo.

Una parte de mí no podía culparlo. Rivera era una genio con muy buena mano para los negocios. Era una de las personas más fascinantes del mundo por un motivo. Estaba decepcionada porque Rivera fuera a quedarse con aquel negocio pero, al mismo tiempo, creía que se lo merecía.

Porque la respetaba muchísimo.

Pero Thorn no era de la misma opinión. Siguió mirando por la ventana mientras su irritación llenaba el aire como si fuese humedad.

―Deberíais poner algunos límites para este tipo de cosas.

―Le dije que no mezclaríamos negocios y placer, y estamos cumpliendo esa promesa. Sería muy ingenuo por mi parte esperar que se echase atrás sólo por mí, porque yo tampoco lo haría por ella. No me respetaría si lo hiciera y yo no la respetaría a ella.

Thorn gruñó antes de girarse hacia mí.

―Bueno, la pelea todavía no ha terminado. Habla mañana con Bruce y partiremos de ahí.

Miré por la ventana cuando la conversación llegó a su fin, sintiendo la sofocante decepción de Thorn por aquel giro de los acontecimientos. Thorn era un socio maravilloso porque era transparente. Nunca suponía un reto descifrar qué estaba pensando y, si alguna vez tenía dudas, sólo tenía que preguntarle. Él fortalecía mi confianza con sus alabanzas y me ayudaba a superar mis debilidades. Y cuando se sentía decepcionado, como en ese momento, no lo ocultaba.

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora