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Terminamos de rodar una hora más tarde, justo cuando el sol se ocultó en el horizonte. Conseguimos las tomas y acabamos el trabajo.

Todo transcurrió sin incidentes, como habíamos planeado.

En cuanto devolvimos los coches y estuvimos otra vez sobre nuestros pies, sentí que por fin se deshacía el nudo que tenía en el estómago. Las náuseas desaparecieron y por fin pude mantenerme erguida, sin soportar aquel gran peso sobre los hombros.

Sebastián caminó hasta mí cuando acabó de hablar con el director.

― ¿Estás bien? Te veo un poco pálida.

―Estoy bien.

Vi cómo Garza entregaba las llaves de su coche y hablaba con uno de los miembros del equipo. Él dijo algo para hacerla reír. Entonces ella esbozó aquella sonrisa diplomática, comportándose con cortesía, aunque en realidad la conversación no le importaba. Había visto aquella mirada el número de veces suficiente como para saber exactamente lo que significaba.

Sebastián siguió la dirección de mis ojos antes de volver a mirarme.

― ¿Todavía lo pasas mal por eso?

―A veces.

Me dio una palmadita en el hombro y me dirigió una mirada de compasión.

―Lo siento. Pero sabes mejor que nadie que yo sé exactamente cómo te sientes.

Asentí.

―Ya lo sé.

Dejó caer la mano y se quedó de pie a mi lado.

―Te gusta Garza, ¿no?

Clavé la mirada en la suya al oír sus palabras, escudriñando aquellos ojos marrones tan parecidos a los míos. Sólo me sacaba dos años, pero siempre lo había considerado alguien mucho más sabio. Se le daba bien interpretar a la gente, incluso a mí.

― ¿Por qué me preguntas eso?

―Ya te has comportado así dos veces y las dos estaba ella en un coche.

Quizás había sido más descarada de lo que había pretendido.

―Me preocupo por ella... pero nada más.

Sebastián estrechó los ojos con incredulidad, sin tragarse mi excusa.

―Venga ya, que no se te olvide con quién estás hablando.

Evité su mirada, sintiéndome como un espécimen bajo un microscopio.

―Da igual lo que sienta por ella. Está saliendo con Thorn, así que dejemos el tema. ―Me sentía una idiota por no contarle la verdad, por no decirle que me acostaba con ella. Nunca pasaría nada más porque era algo puramente físico, pero jamás había tenido una relación monógama con alguien. Se me hacía raro no contárselo, porque era una parte importante de mi vida.

Sebastián no insistió al darse cuenta de que no iba a decir nada más.

―Vale. Recibido, alto y claro. ―Se encaminó de nuevo hacia el director, donde se encontraba Garza en ese momento. Intercambiaron algunas palabras y se estrecharon la mano.

Cuando el rodaje se dio por concluido, pusimos rumbo de nuevo al hotel.


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Sebastián y yo salimos aquella noche porque yo no tenía ninguna buena excusa para decir que no. Le había dicho que no estaba viéndome con nadie y como yo siempre salía a ligar, no tenía sentido que me negara.

Especialmente cuando empezaba a percatarse de mi atracción por Garza.

Fuimos a un bar que estaba a una hora por la costa, usando uno de sus coches para llegar allí. No le había dicho a Garza que me marchaba porque no estaba de humor para hablar con ella. El comentario de mi hermano sobre lo mucho que me preocupaba por ella me había irritado.

Garza no debería importarme tanto.

En el fondo, yo sabía que no era solamente porque estuviera acostándome con ella, que no tenía que ver con el hecho de que quisiera tirármela el máximo tiempo posible. Desde que había visto cómo se manejaba con aquellos comentarios sexistas, se había ganado mi respeto.

Tenía una mente brillante y una cara preciosa. Era distinta a las demás, y sólo fingía ser fría y dura porque en eso la había convertido el mundo.

Yo sabía que había más bajo aquella fachada.

Entre nosotras había una conexión que iba más allá del sexo.

Me gustaba de verdad.

Durante el trayecto en coche Garza me mandó un mensaje, que apareció en la pantalla de mi teléfono. Por suerte, Sebastián tenía la mirada fija en la carretera, así que no se dio cuenta.

«Te deseo».

Su tono era autoritario incluso a través de un mensaje de texto. Podía oír su voz en mi cabeza mientras leía las palabras. Preferiría estar hundida entre sus piernas que de fiesta con mi hermano fingiendo ligar con alguien.

«Ven a mi habitación en diez minutos».

«No puedo. He salido con Sebastián».

«¿Y eso a mí qué más me da?».

Sonreí automáticamente, encantada con su actitud tan directa. Había dado por hecho que me molestaría dejar que alguien me hablara de aquel modo, pero sólo lograba excitarme. ¿A qué clase de persona no le encantaba oír cuánto lo deseaba una mujer? Especialmente si se trataba de la mujer más poderosa del mundo.

«Estoy a una hora de allí. Vamos a ir a un bar».

«Pues entonces ven cuando acabes».

«Dudo que estés despierta».

«Ponme a prueba».

Madre mía, me deseaba de verdad.

«Voy a tener que fingir que me lío con alguien. Sebastián está empezando a sospechar de nosotras».

Su mensaje apareció en la pantalla de inmediato.

«Hablaremos de eso luego».

No pude evitar la respuesta que teclearon mis dedos.

«Sí, jefa».

«Pásate por mi habitación, me da igual la hora que sea. Te he metido la llave en la cartera».

Fruncí el ceño, intentando pensar en qué momento había dejado mi cartera sin vigilancia.

«¿Cuándo has hecho eso?».

«Cuando te estabas volviendo a poner los pantalones».

The Boss - Adaptación RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora