SAMANTHA
Mi investigador privado entró justo antes de la comida. Tom Hutch era uno de los mejores detectives de la ciudad. Podía recabar información sobre hechos ocurridos antes incluso de que existiera la tecnología. Podías preguntarle por algo sucedido en los sesenta y él era capaz de rastrearlo.
Colocó la carpeta de papel de manila en mi escritorio.
―Tengo todo lo que me pidió.
Encima de mi mesa estaba toda la información sobre el novio de Garza, el que había muerto. Le había pedido a Tom hasta el último dato relacionado con ese caso. Quería saberlo todo sobre su relación antes de aquel suceso.
¿Habían hablado de casarse? ¿Qué ocurrió después de que él muriese? ¿Garza no había vuelto a tener novio desde entonces?
―He encontrado mucho más de lo que esperaba. Hay unos cuantos informes policiales que le parecerán interesantes.
¿Informes policiales?
―Creo que este caso no se resolvió bien. Nunca atraparon al asesino, pero yo creo que está claro quién lo hizo.
Me quedé mirando la carpeta. Transcurrían los segundos y yo sólo podía parpadear.
―¿Necesita algo más, señora?
Por fin volví a concentrarme y miré al hombre que estaba sentado delante de mí.
―Eso es todo, Tom. Gracias.
―Mi despacho le pasará la factura. ―Salió y me dejó a solas en la oficina.
Todo lo que quería saber estaba justo delante de mí. Podría comprender mejor a Garza, entendería a la mujer que estaba convirtiéndose poco a poco en mi obsesión. No sólo me fascinaba la poderosa mujer con la que me estaba acostando, también quería conocer a la otra mujer con la que me había topado en algunos momentos pero a la que nunca había llegado a conocer.
Quería conocer a Abril.
Thorn me había advertido que no le preguntara nada al respecto. Había dicho que me arrancaría la cabeza si lo hacía. La amenaza no me había alterado, pero la pasión que escondía no me había dejado indiferente. Se había vuelto sobreprotector como un perro guardián, defendiendo a la mujer con la que pretendía pasar su vida.
Y eso lo respetaba.
Cogí la carpeta y la acerqué a mí, pero no abrí la portada. Estaba llena de papeles, probablemente informes policiales y fotos. Aquel no era un caso cualquiera si ese archivo contenía tanta información.
Agarré la esquina inferior y me preparé para abrirlo. Pero sabía que estaba mal.
Estaba husmeando a sus espaldas.
Estaba metiendo las narices donde no debía. Estaba invadiendo su intimidad.
Ella tenía derecho a contármelo si quería que lo supiera. Pagar una fortuna a alguien para que sobornara a policías y abogados con el fin de conseguir aquella información era completamente inmoral.
Me despreciaba por haber llegado tan lejos.
Abrí el cajón inferior del escritorio, metí la carpeta dentro y lo cerré de golpe.
La respetaba con cada fibra de mi cuerpo. No podía hacerle aquello. No podía traicionarla.
Yo no creía en el amor, pero sin duda creía en la lealtad. Y la lealtad que sentía por ella era incondicional.
