Recibí los resultados.
Estaba limpia.
Ya sabía que lo estaba antes de entrar en la consulta del médico. Me había hecho las pruebas seis meses antes sólo para estar segura. Siempre usaba condón cuando me acostaba con una chica, no sólo por motivos de salud, sino porque nunca se sabía quién era una chiflada. A muchas mujeres les gustaría que las dejase embarazadas para atarme con un bebé de por medio.
Pero eso no sería un problema con Garza.
Le pedí una copia de más al médico en un sobre cerrado para que ella supiera que no había alterado los resultados. Tendría que ser una paranoica sin remedio para que la idea se le pasara por la cabeza, pero se trataba de Abril Garza.
Necesitaba tenerlo todo bajo control.
Le envié un mensaje después de salir del gimnasio y darme una ducha.
«Ya tengo los resultados».
Otra cosa que me gustaba de Garza eran las conversaciones. Para ser mujer, no hablaba mucho. Decía exactamente lo que tenía que decir y se guardaba las cavilaciones para sí.
Era más sencillo de ese modo.
Me respondió al instante.
«Yo también».
Estaba cansada de esperar a que se decidiera. Cambiaba de opinión constantemente, sintiéndose cómoda con el acuerdo antes de que volviera a aterrorizarla. Las dos sabíamos que iba a decir que sí, así que sólo tenía que cerrar la boca y hacerlo.
«Pues voy para allá. Cuando llegue, espero que la única palabra que oiga de tu boca sea un sí».
Sin esperar su respuesta, me metí en el asiento trasero del coche y el chófer me llevó hacia allí. Si yo estaba dispuesta a aceptar su parte del trato, a ella no debería costarle aceptar la mía. Éramos dos de las personas más poderosas del mundo. Nos estábamos comprometiendo la una por la otra.
Cuando llegué al ascensor, pulsé el botón.
Ella me permitió entrar de inmediato, dejando que subiera hasta la última planta del edificio, donde se encontraba su ático. En el ascensor sonaba música, y la maquinaria se fue deteniendo lentamente al acercarse al piso más alto.
El corazón no me latía ni rápido ni despacio.
Sencillamente no latía.
Las puertas se abrieron gradualmente, dejándola a la vista a ella, que estaba de pie con un sobre blanco en la mano.
Salí y le tendí mi sobre justo cuando las puertas se cerraron detrás de mí.
Nos intercambiamos los sobres y los abrimos.
Sus resultados estaban limpios, aunque yo ya sabía que sería así.
Debió de quedar satisfecha con los míos, porque los volvió a guardar en el sobre y lo tiró al sofá.
Mis ojos se posaron en los suyos, pidiéndole en silencio la respuesta que deseaba oír.
―Hazme tuya y sé mía.
Nos separaba un metro y medio, y ella estaba de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Pasó los ojos entre los míos con una mirada inestable pero severa al mismo tiempo. Por fin dejó caer los brazos a los costados y caminó hacia mí, cubriendo la distancia y sustituyéndola con una proximidad acalorada.
―Sí.
Por fin.
Tenía la respuesta que deseaba.
Abril Garza, la mujer más poderosa del mundo, era oficialmente mía.
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