Guilty as Sin?

03. entrometido

Martin se hizo pequeño en cuanto Juanjo cerró la puerta a sus espaldas, acorralándolo contra la madera de la misma. La habitación estaba a oscuras y a penas podía verle la cara, pero era muy consciente de como su aliento enfurecido chocaba con sus mejillas.

Intentó rehuir del mayor escapándose por uno de los costados, pero un cuerpo aún semidesnudo de cintura para arriba se lo impidió.

Se sintió aterrorizado cuando las manos de Juanjo se envolvieron al rededor de sus brazos, clavando en ellos la yema de sus dedos. Lo hizo tan fuerte que podría haber impreso sus huellas dactilares sobre la tierna carne de Martin.

"Mírame" pero Martin estaba paralizado. No era capaz de reconocerlo, no con tanta rabia en los ojos. No sabía lo que era capaz de hacerle después de haber descubierto aquello. Si era tan malo como Ruslana lo había plantado todos esos años, estaba jodido. Y por el fuerte agarre que estaba comenzado a asfixiarle, el pequeño temió que su amiga tuviera razón. "Que me mires, joder."

Juanjo ni siquiera estaba gritando, pero su voz sonaba tan autoritaria que era imposible no hacerle caso.

"Oye, yo..." Martin ni siquiera sabía lo que quería decir. Que le dejaría marcas en los brazos después de eso, por ejemplo. Que sus rodillas temblaban tanto que si no lo soltaba pronto se caería de bruces sobre él. Que odiaba el contacto físico y que aún valoraba su vida, a pesar de decir siempre lo contrario. Que si quería intimidarle ya había cumplido su misión, y que por ende podía dejarle ir tranquilo...

"Escucha, puto renacuajo" en otras circunstancias, Martin hubiera defendido que no es que él fuese muy pequeño, si no que Juanjo era grande de más, pero como su garganta parecía haberse cerrado con nudo doble, no pudo ni abrir los labios. "Si vas de listillo a contarle a mi hermana lo que acabas de ver, te partiré la cara, ¿me oyes?"

No pudo responder, encogiéndose en su sitio todo lo que pudo.

"Siempre estás en todos lados, ¿no? Estoy harto de tener que verte hasta en la sopa, no vuelvas a meter las narices en donde no te llaman. Eres insoportable."

Sus palabras sonaron tan agresivas que tuvo que echar la cabeza hacia atrás de la sorpresa, como si acabara de recibir un golpe. Llevaba viendo a Juanjo casi un tercio de su vida, y jamás se lo hubiera imaginado en ese estado. Parecía enfurecido, pero más allá de eso, había algo en su mirada que realmente le ponía los pelos de punta a Martin. Era como si hubiera perdido el control. Ni siquiera cuando discutía con Ruslana se ponía así.

Su mirada... El vasco tuvo que aguantar la respiración cuando sus ojos chocaron, dándose cuanta de la manera en la que el cuerpo de Juanjo parecía engullirle por completo. Daba igual por donde lo mirases. De echo, visto desde espaldas tenía que parecer que Juanjo estaba solo, escondiéndole por completo con sus amplios hombros.

Martin se sintió como un bicho al que estaban a punto de pisar. La intensidad de los ojos de Juanjo sobre los suyos fue demasiado para él. Sus pupilas verdosas parecían temblar mientras lo miraban, y batía las pestañas con tanta fuerza que el menor temió que las mismas se le cayeran. Había algo en Juanjo que no podía descifrar, estaba demasiado paralizado como para entenderlo. Era como si en mitad de todo su enfado, de forma muy sutil y disimulada, se estuviera colando otra emoción, el miedo a que Martin dijese algo.

"Perdona" consiguió formular, pero dudó de que Juanjo lo hubiera escuchado, porque su voz sonó como un susurro.

"¿Me has entendido o no?" recalcó, zarandeándole con cada palabra.

Martin tuvo que hacer uso de todo su autocontrol, tragando saliva y recordando que su mejor amiga aún estaba abajo. No podía matarle con ella en casa, ¿no? Tal vez Juanjo le podría decir lo pesado que le parecía tener que compartir espacio con él, o lo metomentodo que era. Pero no le pegaría una paliza, y eso parecía una buena señal. Aunque la manera en la que su circulación parecía haberse detenido exactamente donde sus manos hacían presión realmente lo estaba asustando. El menor había dejado de notar sus dedos, teniendo que moverlos de forma nerviosa para que la sangre llegara a ellos.