epílogo

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El verano había llegado a su fin y el peso de la realidad había comenzado a asentarse sobre los hombros de Martin, porque en tan solo tres semanas tendría que despedirse de Juanjo. No estaba triste, pero si un poco nostálgico. Se había habituado a muchas cosas, y ahora sería difícil desprenderse de ellas. Despertarse solo por las mañanas, no tener a nadie que le prepare el café mientras él aún vaguea en la cama. Las tardes en la piscina de Álvaro, tomar el sol juntos mientras sus amigos les molestaban. Hacer planes constantes, aprovechar todo el tiempo que aún les quedaba. Las noches jugando a las cartas en el patio de Chiara. Los besos y los murmullos. Los abrazos. El calor que le daba su piel.

Pero tres semanas eran tres semanas. Aún quedaba mucho. Martin prefería verlo de esa manera. Era algo que siempre lo carcomía por dentro, incluso en ese mismo momento, pero que había aprendido a disimular casi a la perfección. Lo ocultaba y lo apartaba lejos. Así se sentía menos real.

Habían ahorrado para poder permitirse pasar ese fin de semana en la playa. En realidad no era ni eso. Solo serían dos días y una noche. Llegaban el sábado y se iban el domingo. Juanjo cargaba con todas las bolsas, mientras él lo guiaba tomándolo por la mano para encontrar un buen sitio en la arena. Hacía muchísimo calor. El sol pegaba con fuerza, ralentizando sus movimientos, obligándoles a ir más lentos de lo normal, haciéndoles sudar. Aún así, el mayor parecía tremendamente emocionado con todo.

Era lo normal, pensó Martin, porque él no había ido tantas veces a la playa en su vida como el vasco, que aprovechaba cada vez que visitaba Bilbao para hacerlo. Lo miraba todo con los ojos muy grandes, la boca abierta en señal de sorpresa. Parecía un niño descubriendo algo nuevo. Un sabor de helado desconocido, un juguete que no sabías que necesitabas hasta el momento. Martin no pudo evitar reírse de él, le fue inevitable. Quiso echarle una foto, capturar aquella expresión en su rostro para siempre. Así lo hizo. Se la guardaría para cuando no le tuviera, para cuando estuvieran separados.

El más grande dejó caer todas las bolsas con las que había cargado sobre la arena, justo en el sitio dónde Martin le había indicado con el dedo. Suspiró, pareciendo cansado. Aún así, la sonrisa de sus labios parecía imborrable, contagiándosela de alguna forma u otra a su acompañante. Se quitó la camiseta casi en lo que dura un pestañeo, quedándose solo con aquel bañador cubriéndole. El menor lo imitó, tardando un poco más, rodando los ojos cuando Juanjo le metió prisa con las manos.

"Bueno, ¿y que hacemos primero? ¿Nos bañamos? ¿Jugamos a las palas, a las aguadillas? ¿Buceamos? ¿Quieres que hagamos castillos de arena? Es que no sé, hace mucho que no vengo a la playa. ¡Vamos a bañarnos, tardón! Que hace un calor de la hostia, joder."

"Primero hay que echarse crema de sol, idiota. Y luego hay que esperarse unos minutos para que se absorba bien, que si no con el agua se irá toda."

"¿Que? ¿Tanto? Joder, ¿y que hacemos de mientras?"

"Pues yo que sé. Podemos dar algún paseo romántico por la orilla, por ejemplo."

"Pero eso es muy aburrido, Martin. Yo quiero bañarme ya."

"¿Que pasa, ya no me quieres?"

Martin fingió pena, aprovechando la distracción del más mayor para obligarle a darse la vuelta, embadurnándole la piel con aquella crema blanca que ya le había mencionado antes. Se aseguró de no dejarle ni un solo hueco sin protección. También le echó por el pecho y por el cuello, masajeándole las mejillas para evitar que se quemara ahí, protegiéndole la cara de alguna quemadura fea. Y Juanjo se dejó hacer, apretando los labios para evitar comerse nada de lo que Martin le estaba echando y cerrando los ojos cuando los dedos del pequeño se acercaron peligrosamente a ellos.

"Claro que lo hago, pero no creo que haga falta recordarte quien ha cargado con todas las cosas para venir aquí. Enserio, me va a dar algo del calor. ¿Podemos bañarnos ya?"

Guilty as Sin?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora