primer extra, una promesa para siempre

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Juanjo se miró al espejo. Tenía que ser si o si esa tarde. No habría otra oportunidad mejor. Mañana volverían a Madrid, ese era el último día de vacaciones que pasarían en Galicia. Además, el verano acabaría y ellos tendrían que volver al trabajo. O lo hacía ahora o volvía a esperarse unos meses más, y retrasarlo era imposible. No quería. Por eso aprovecharía la excursión al monte que habían planeado la noche anterior para hacerlo, para pedirle matrimonio a Martin. Llevaban casi siete años juntos. Vivían juntos. Tenían un perro juntos. Quería casarse con él.

Pero estaba muy nervioso. Tanto, que le temblaban las manos mientras terminaba de lavarse los dientes en el espejo de aquel baño. Su novio estaba fuera, terminando de ponerse las zapatillas. Acaban de desayunar café y fruta en el bufé del hotel dónde se estaban hospedando. Y era ridículo, porque llevaba pensando en hacer aquello desde hacía muchísimo. Ya lo había intentado las últimas navidades, justo en la víspera de año nuevo. El miedo le había paralizado justo cuando estuvo a punto de sacar la caja aterciopelada del bolsillo de su chaqueta, porque no había sabido ni por dónde empezar a decirle a Martin lo enamorado que aún estaba de él y las ganas que tenía de dar ese paso por fin. Le había fallado la voz, pero esta vez sería diferente. Esta vez sería fácil. Se había preparado algo, unas palabras. Las diría de memoria, como tantas veces las había practicado. Saldría bien.

Miró la pantalla de su teléfono. Su hermana le había escrito. Decidió ignorarla, porque los dedos de las manos le temblaban demasiado como para haber intentado responderle.

Venga, maricón.

Hazlo ya y deja de ser tan sumamente pesado.

Martin tocó la puerta del baño, impaciente. Él le dijo que saldría en un momento. Se volvió a mirar frente al espejo. Llevaba ropa cómoda, porque tendrían que andar un buen tramo para llegar a las vistas de la cima, en dónde lo haría. Del cuello le colgaba un collar con el anillo que Martin le había regalado cuando eran pequeños, ese que aún conservaba y que tantas veces se había quedado observando cuando le había echado de menos. En el bolsillo de sus pantalones de deporte, el anillo que había elegido hace casi ocho meses con ayuda de Ruslana y de su madre. También se había pasado horas admirándolo, imaginándose como quedaría puesto en la mano de Martin, temblando de ganas.

"Mi amor, ¿todo bien?" le preguntó en cuanto salió, y él fingió una sonrisa, asintiendo con la cabeza.

"Claro, ya estoy listo. ¿Tú?"

Martin asintió con la barbilla, queriendo decir que sí. Juanjo pensó en cuál sería su reacción cuando le hiciera la pregunta, si también respondería que sí con un gesto emocionado de la cabeza. Se sintió nervioso otra vez, con el estómago completamente revuelto. Se inclinó para tomar los labios de su chico, buscando consuelo en ellos, casi suspirando de alivio cuando el calor de sus brazos le envolvió el cuello, acercándose más. Luego se tomaron de la mano, bajando por el ascensor y subiendo en el taxi que habían ordenado hacía ya veinte minutos. Siguió temblando ya sentado en el asiento, aún agarrado a los dedos de Martin con fuerza.

Repasó las palabras en su cabeza, la estructura de las frases que se había estudiado. Iba a salir bien, seguro que si. Los dos estaban listos para dar ese paso, ya había llegado el momento. Porque una cosa era bromear con aquello cuando eran jóvenes y otra muy distinta tomar la decisión de verdad, plantarse y hacerlo. Le iba a pedir matrimonio. El discurso que había preparado saldría bien. Martin diría que si... y ellos dos se casarían. Juanjo empezó a temblar de pies a cabeza, y esperó que no se estuviera notando demasiado, porque no pudo dejar de hacerlo ni mientras pagaba el viaje del taxi, ni de mientras comenzaban a subir la montaña, ni cuando hicieron una pausa para beber agua. Se sentía ansioso, como con muchas ganas.

Guilty as Sin?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora