30. confesiones

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Ya está, estaba decidido. Lo haría él y punto. Le quitaría ese problema a Martin y asumiría toda la responsabilidad de lo que habían estado haciendo esas semanas. Le diría a su hermana que si se enfadaba con alguien tenía que ser con él, no con el vasco. Le explicaría que había sido algo incontrolable y que ni siquiera entendía aún cómo es que se había dado. Y cuando Ruslana se enfadase le diría que podía quedarse tranquila, que el pequeño y él habían acordado una serie de cosas y que lo suyo llegaría a su fin dentro de poco.

Todos estarían felices y ya está. Juanjo podría disfrutar de aquello esta vez sin sentirse tan ahogado y conseguiría darle ese canto en los dientes que tantas ganas tenía de darle a Álvaro. Demostraría que la burbuja de la que había hablado no existía y que no tenía miedo de intentar darle a Martin lo que se merecía mientras aquello durase.

Y ni siquiera tenía algo pensado para decir, pero supuso que eso no era malo del todo. Se había plantado frente a esa puerta como fruto de un impulso inesperado, y por primera vez no se sentía preocupado de no tener un guion preparado con las cosas de las que quería hablar.

Esquivó su cuerpo pequeño para adentrarse en su habitación, esperando a que la pelirroja cerrase la puerta para comenzar su discurso. Y Ruslana lo hizo, girándose para mirarle con la peor de las miradas, recordándole a Juanjo lo poco común que era aquello entre ellos. Porque nunca se buscaban así, y ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez que había tratado de tener una conversación con ella. Se sintió incómodo bajo su mueca de confusión y desagrado, pero trató de no achatarse.

"Los papás están durmiendo, y yo estaba a punto de irme a la cama" le dijo, como si él no lo supiese ya. "¿Qué quieres?"

Y supo que iba a ser imposible hacer aquello después escucharla hablar. No había sido una buena idea y punto. Su hermana le detestaba y dijese lo que le dijese no iba a perdonárselo jamás. Y no era solo por el hecho de que se hubiera estado tirando a su mejor amigo, si no porque lo habían estado haciendo a sus espaldas mientras le mentían a la cara. Si Ruslana solía enfadarse con él por tonterías banales no quería ni hacerse a la idea de que opinaría de todo aquello. Lo odiaría aún más y para colmo metería en un problema a Martin.

Porque esa era otra, que el vasco también lo mataría si se enteraba de que le había dicho aquello a su hermana sin consultárselo antes. Podría soportar que la pelirroja dejase de hablarle, por que al fin y al cabo su relación se basaba en aquello, pero que fuera el pequeño quien lo hiciera lo aterrorizaba un poco más. No quería perderle.

"¿Tienes sacapuntas?" fue lo primero que cruzó su mente.

"¿Enserio?"

La chica resopló, mirándolo con el ceño fruncido en exasperación. Y Juanjo notó como se le cerraba la garganta, porque hasta hacía unos segundos él había estado muy dispuesto a hacer aquello. No entendía que le había pasado de repente.

"Lo necesito para un trabajo" se excusó, como si lo necesitase de vida o muerte a pesar de ser las tantas de la madrugada. "Eres de artes, ¿no? Tendrás un puto sacapuntas."

Esta vez su voz si que sonó algo alterada, dejando entrever algo de cabreo.

"Vete a la mierda, eres un tocacojones" le respondió, girándose para rebuscar de forma alterada entre los elementos de su estuche. Se lo lanzó al pecho cuando dio con lo que le estaba pidiendo, murmurando algo más mientras se tiraba a la cama y comenzaba a taparse con las sábanas. "No vuelvas a molestarme a estas horas por algo así, joder."

"Como si estuvieras dispuesta a hablar en cualquier otro momento del día" rodó los ojos el mayor, tragándose su orgullo mientras apretaba el objeto que le había dado entre los dedos. Lo tiraría en la primera basura que encontrase al día siguiente solo por joderla. "Eres insoportable."

Guilty as Sin?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora