🖤ℂ𝔸ℙ𝕀𝕋𝕌𝕃𝕆 𝟞𝟝🖤

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Hiro

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Hiro

La penumbra del bosque italiano apenas dejaba filtrar los últimos rayos del atardecer cuando llegué a la cabaña. El aire estaba impregnado de una tensión palpable, como si el mismo bosque anticipara el drama que se desplega en mi corazón. Al abrir la puerta, el contraste fue abrumador: la luz cálida de la cabaña chocaba con la oscuridad del exterior, y allí estaba Elena, su figura esbelta recortada contra la ventana, arrancándose la máscara de gato con un gesto brusco.

- ¡Maldita sea! - exclamó, luchando con el tejido del vestido de gala blanco que parecía adherirse a ella como una segunda piel.

Su frustración era un espectáculo, uno que me recordaba por qué me había enredado en este juego peligroso.Antes de que pudiera acercarme a ella, la puerta se abrió de golpe. Dos brasileños entraron, con sus trajes negros.

- ¡¿Qué mierda están haciendo aquí?! - Elena gritaba enfurecida - ¡Vayan a buscarlos! Esos hijos de puta deben pagar por arruinar mi evento

- Elena, hemos seguido a la rubia y al hombre de cabello oscuro - dijo uno de ellos, su portugués teñido de urgencia - La confrontación en la mansión... fue obra de Lana Vuković y Arnold Fayed.

Elena se giró hacia ellos, su ira ahora dirigida a los recién llegados.

- ¡¿Qué están esperando?! ¡Fuera de mi vista! ¡Vayan a traerlos! - gritó, pero su voz se quebró, revelando una grieta en su armadura de acero.

Me acerqué, poniendo una mano en su hombro.

- Elena, cálmate. No ganaremos nada con la ira - Mi voz era suave, pero firme, intentando ser el ancla en la tormenta que se avecinaba.

Elena se quitó mi mano de su hombro con un movimiento brusco, su mirada era un torbellino de emociones.

- ¡No entiendes, Hiro! Esto no es solo sobre los Bianchi, nos están atacando, ¿Y si otras personas se han unido a ellos? - susurró, y por un momento, la vi vulnerable, casi perdida.

La tensión en la habitación era tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Los brasileños, incómodos, intercambiaron miradas antes de salir de la cabaña, dejando atrás un silencio incómodo.

- Lana Vuković, la croata, apenas se unió a nosotros y ya está causando problemas - murmuré, más para mí mismo que para Elena - Y Arnold Fayed, el egipcio, siempre fue un riesgo, nunca me generó confianza.

Elena se volvió hacia la ventana, su silueta delineada por la luz de la luna que se colaba entre los árboles.

- ¿Y qué si son un riesgo? Todos lo somos, Hiro. Desde el momento en que decidimos jugar este juego - dijo, su voz apenas audible.

Me acerqué a ella, mi reflejo en el cristal de la ventana mostraba un hombre que apenas reconocía.

- Tal vez - admití - pero no todos estamos dispuestos a pagar el precio que este juego exige.

La pesadilla (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora