Capítulo 23

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Se despertó cuando escuchó a Seokjin preparándose para marcharse. Se hizo el dormido, no quería escuchar los consuelos de Jin, ya suficiente había tenido con lo de anoche. Él solo quería dormir, pero sus amigos no paraban de maldecir a Jungkook y repetir lo importante que era para Yoongi ir al museo.

Nadie lo sabía mejor que Yoongi, pero al repetirlo hacía que le hirviera más la sangre. Seokjin se asomó para ver si dormía, y después se marchó sin hacer ruido al cerrar la puerta. Le habían prometido que intentarían convencer a la señorita Kim para que le levantara el injusto castigo, pero al ver que a las nueve nadie llamó a su puerta supuso que no había dado resultado.

No se movería de la cama en todo el día, ni pensaría en lo que estaban haciendo los demás. Quería dejar la mente en blanco.

"Lo que daría por tener mi guitarra..." pensó Yoongi.

La música era su mayor desahogo, componía para expresar todo lo que lo atormentaba, todo lo que lo hacía feliz... Puede que fuera algo un poco vacío, tener de confidente a su guitarra, a la música, pero sinceramente para él era la mejor compañera.

Antes las cosas no eran así, tenía a alguien con quien contar, llorar en su hombro y relatarle las maravillas que había experimentado en el día. Su madre. Siempre habían contado el uno con el otro. Yoongi se despertaba con los cosquilleos que le hacía en la tripa, pasaba el día junto a ella, cantaban juntos las canciones que escuchaban en la radio, veían a las grandes estrellas cantar en la televisión rodeado por sus brazos y lo último que oía en el día, eran las notas que emitía al cantarle para que se durmiera.

Pero eso fue hace mucho tiempo, antes de que comenzara a traer hombres a casa. A Yoongi no le importaba que saliera y conociera a alguien que la completara de una forma que él no podía, pero sus elecciones eran pésimas.

Cuando Yoongi tenía doce años llegó el primero, un tipo que en principio parecía cariñoso y atento con su madre. No era muy amable con él, pero si a su madre le hacía feliz, a él también. Pasaba mucho tiempo en su casa y un día Yoongi descubrió que cogía el dinero de su madre, seguramente para comprar drogas o emborracharse.

Cuando Yoongi fue a contárselo el tipo le acusó de mentiroso y de ser él el que robaba dinero. Su madre creyó al hombre, pensando que Yoongi solo quería que rompiera con aquel tipo para tenerla solo para su hijo.

— Yoongi, no eres más que un crío... Montar todo esto por...

— ¿Yo? ¡Yo no he montado nada, mamá, lo vi! ¡Y seguramente se gaste todo el dinero en...!

— ¡Basta! —gritó su madre—. ¡¿Es que acaso no quieres que sea feliz?!

— Claro que quiero, mamá, pero ese hombre...

— Si de verdad quieres que sea feliz, crece Yoongi. No eres más que un niño egoísta... —dijo su madre llorando—. Permíteme ser feliz.

Al escuchar aquellas palabras de su madre se le rompió el corazón. Es cierto que ella lo pasó mal con la muerte de su padre, que falleció nada más nacer Yoongi. Quedó sola a cargo de un niño pequeño sin esperanza de encontrar otro hombre. Yoongi se prometió no volver a involucrarse, pero las siguientes elecciones no fueron nada mejor.

Cada uno iba siendo aún peor que el anterior, y Yoongi odiaba ver a su madre volver a tropezar con la misma piedra una y otra vez, pero sabía lo que le diría si se metía. Prefirió alejarse y no sufrir más viéndola hundida por amor.

Aún así le gustaba recordar los buenos momentos, en los que solo eran una madre y un hijo que se querían.

Guardaba en su cartera una foto que miraba muchas noches antes de dormir. Tumbado en la cama de aquella habitación de hotel, sintió unas fuertes ganas de hablar con ella. Empujado en ese impulso cogió el teléfono y marcó el número de su madre. Cada pitido se hacía un mundo para Yoongi.

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