CAPÍTULO 2

30 3 0
                                    

3 meses después...

¡Esto debe de ser una broma!

Recosté mi frente sobre el escritorio de madera en el que llevaba sentada frente al ordenador tres malditas horas, sin entender ni una palabra de lo que leía. Solté un quejido desesperado.

–¡Podrías haberme advertido que la educación con la que crecí era una mierda! grité con la intención de que mi padre me escuchara – ¡Todos pensarán que soy estúpida!

Menos mal que eres hermosa, punto a tu favor. ja, ja muy gracioso ¿No será que por estar con tus amigas y en fiestas no pusiste atención a las clases? – dice irónico recargado en el marco de la puerta de mi habitación.

– Estoy segura de que el no asistir a una fiesta no hubiera hecho la diferencia – achiqué los ojos– ¡Hay materias que ni siquiera llevaba en mi antiguo colegio papá! ¡¿qué es esto de álgebra y trigonometría?! ¡Yo solo llevaba matemáticas! - Grito exasperada.

Me levanto de la silla giratoria estirando mis piernas y brazos mientras giro el cuello dolorido por estar tanto tiempo en la misma posición.

¡Ya está! me dejo caer en mi cama boca arriba dramáticamente a solo seis meses de ingresar a la universidad, mis sueños se verán frustrados por una maldita materia.

Mi padre giró los ojos ante mi dramatismo.

– Mañana es tu primer día de clases y pidieron que llevaras todos los apuntes en orden, seguro que en el colegio se encargarán de explicarte y si no, conseguiremos clases privadas para que entiendas.

Este hombre me tiene más fe de la que debería.

Hice un puchero y sacudo mi cuerpo en modo de berrinche mientras finjo lloriquear.

– Vamos Em, Todo saldrá bien. – se sentó a la orilla de mi cama tomando una de mis manos para incorporarme a lado de él – Eres la niña más inteligente que conozco. – sonrío de inmediato. Amo los halagos de papá – Podrás con álgebra y todas las materias que se interpongan y si no, siempre puedes trabajar en ese restaurante ochentero del centro al que fuimos la semana pasada. No creo que pidan una profesión para trabajar ahí.

– Ese restaurante olía a perro muerto, no pudiste levantarte de la cama en dos días por su hamburguesa "especial" –mi padre arrugó la nariz mostrando asco al recordarlo – te dije que eso amarillo no era queso.

– ¡Ya sabes las debilidades a mejorar! Un punto a tu favor para ser la empleada del mes durante el resto de tu vida.

Lo mire con los ojos entre cerrados.

Ni muerta trabajaría ahí. Tal vez en uno de comida china.

– Vamos, mi niña catastrófica, te enseñare a hacer unas buenas hamburguesas por si lo necesitas en un futuro. – caminó hacia el pasillo esperando que lo siguiera.

¿Por qué no me toma en serio? cuando digo que no entiendo nada no estoy exagerando. En verdad veo a la clase de álgebra con una alta probabilidad de destruir mi futuro.

– Tengo 18 años, papá. En un par de meses 19. Ya no soy una niña. – Me puse de pie y crucé los brazos a modo de reclamo.

Soltó una carcajada sin dejar de caminar hacia las escaleras.

– Para mí siempre serás mi niña. La más alocada y con el carácter más fuerte que conozco, la que le hace frente a cualquier dificultad que se le presente. – sonrió luchando con las emociones que sus palabras me causan. Cualquier molestia que pudiera sentir se esfuma. Esta vez, él ha ganado la partida.

Bajamos las escaleras dirigiéndonos a la cocina. Me senté en uno de los bancos altos que había en la barra que dividía la cocina del comedor inclinándome hacia adelante recargando ambos codos en la superficie de esta y tambaleando mis pies que no lograban tocar el piso.

Observé a mi padre detenidamente mientras sacaba todos los ingredientes para preparar hamburguesa.

Sonreí repasando su 1.80 de altura, su complexión fornida gracias al futbol americano que practicó de joven, sus facciones toscas y esa barba abundante que lo hacían ver intimidante, aunque solo con hablar dejaba morir esa primera impresión y su cabeza sin una pizca de cabello desde hace años.

Lo había extrañado tanto.

Extrañaba tenerlo en casa. Extrañaba nuestras bromas y el amor incondicional que siempre me demuestra, esos seis meses sin él habían sido como vivir en automático sin nada que me hiciera feliz. Menos mal, todo eso había terminado. Ahora éramos él y yo empezando de cero. justo como debía ser.

...

No me preocupaba ser la nueva en mi nuevo colegio. Me emocionaba. Aquí seré simplemente yo. Nadie sabrá mi pasado. Todo eso que arrasa con mi vida siempre que algo bueno aparece como un cáncer aquí no me alcanzara. No más.

Para mí nunca ha sido un problema el socializar. Soy amistosa, muy sonriente, jamás me quedo callada y mi sentido del humor es bastante peculiar, así que las personas se sienten en confianza conmigo bastante rápido. Es una lástima que esa personalidad se haya visto atenuada y desgastada con los años de mi adolescencia en los que me convertí más en un alma en pena que en una persona. Este nuevo comienzo no solo supone liberarme de las cadenas que me aprisionaban en una vida vacía, también me he dispuesto volver a ser yo, a ser quien sonríe y quien ríe a carcajadas, quien no tiene miedo a hacer un movimiento sin ser juzgada o castigada.

En cuanto me reuní con mi padre, un peso como de una tonelada que llevaba cargando por años se desprendió de mi espalda. Fue como volver a coger aire después de estarse ahogando en las profundidades del océano. Una vez que abracé a mi padre nuevamente, la felicidad llegó a mí a caudales con la promesa de no volver a abandonarme.

Miré mi armario con la mano en la barbilla mientras elijo que ponerme. Tomé mis jeans deslavados y rotos por las rodillas que se amoldaban perfecto a mis caderas. Un top negro sin mangas con un corazón rojo bordado a la altura de mis inexistentes pechos y mis amados converse blancos.

Recojo mi cabello en una coleta alta dejando mechones sueltos por mi cara sin una gota de maquillaje.

No odiaba el maquillaje, de hecho, me gusta cómo me veo maquillada, pero odiaba desmaquillarme. Era demasiado perezosa para todo ese ritual. Varias veces me dormí sin desmaquillarme después de ir a alguna fiesta haciendo que Julia, mi mejor amiga, me recitara su interminable discurso de "no desmaquillarte antes de dormir te hace envejecer siete años más, Em, a este paso lucirás de 40 a los 20." Sonreí al recordar a mi mejor amiga.

– Estoy lista – grito desde las escaleras bajando a toda velocidad.

– Buenos días a ti también, hija – dice mi padre mientras sostiene su taza de café con ambas manos.

Ruedo los ojos para después acercarme a él y besarlo en la mejilla poniéndome de puntas.

– Te haces más quejumbroso con los años, Don Fer.

– No son los años, es la hija que tengo. – Reviró sonriente.

Verlo sonreír era de mis cosas favoritas en el mundo y siempre agradeceré a ese ser omnipotente por devolverle la capacidad de hacerlo.

– Llegaremos tarde a mi primer día de clases si no te bebes ese café de una vez – dije señalándolo con el índice. – Pensarán que me cambié de colegio a mitad de curso por irresponsable. – tomé las llaves de la encimera, colgué mi bolso en el hombro y caminé a la puerta principal.

– Dios nos libre de esa pésima primera impresión – levantó los brazos al cielo rodando los ojos sarcásticamente.

MANTENTE LEJOS DE MIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora