VUELVE A MI CAP. 10

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Terminé de arreglarme en tiempo récord. Era un milagro que haya logrado maquillarme decentemente con las manos tan temblorosas como las tenía. Cada vez que recordaba para qué era que me estaba arreglando la repulsión estallaba en la boca de mi estómago.

Seque mis manos sudorosas en la falda de mi vestido negro tan corto que seguramente todos los invitados me verían con reprobación. Susan había llegado esta mañana a disipar cualquier sensación de paz con un vestido en una bolsa. Lo había comprado para mí ya que mi guardarropa constaba de tres jeans, un par de tops y dos chaquetas una de algodón. Era un vestido precioso, totalmente negro con escote cuadrado y tirantes ligeros. Llegaba justo por debajo de mi trasero y se pegaba a mi cuerpo como si fuera mi segunda piel resaltando las pocas curvas que me quedaban después de meses sin una alimentación adecuada. Me gustaba el vestido, lo usaría sin problemas para cualquier otro evento. No para un homenaje luctuoso. Revisé que mi cabello estuviera bien amarrado en una coleta alta y pinté mis labios de un rosa tenue.

Susan irrumpió en mi habitación sin tocar lo que hizo que mi corazón se acelerara. Lucía un vestido casi igual que el mío - lo que me hizo detestarlo en cuanto lo vi – solo que en color rojo. Hice una mueca al detallar que por supuesto que ella iría de rojo para hace notar su punto. Ella iría ahí a decir "me importa una mierda, yo no hice nada y sufro su partida" llamando la atención de todos.

Su rostro grisáceo y ojeroso ahora estaba cubierto por capas descomunales de maquillaje que la hacían parecer con vida. Llevaba el cabello rizado suelto sobre sus hombros y los labios rojos. Susan era preciosa y sabia sacarse provecho. Sus pestañas largas se aletearon sobre mi cuerpo de pies a cabeza y sonrió en aprobación

– Míranos. ¡parecemos hermanas! – se puso a mi lado y se inclinó sobre el espejo retirando un poco de labial que se había salido de las líneas – ¿crees que la gente piense eso? Sería genial que lo pensaran.

Me mordí la mejilla interna para no desafiarla. Estaba eufórica y caminaba de un lado a otro acicalándose. Todo era demasiado para no saberlo. Demasiado sonriente, demasiado feliz, demasiado amable. Susan se había tomado doble dosis de sus calmantes esta tarde para poder lucir impecable ante todos y eso siempre era un arma de doble filo.

– Tal vez lo hagan. Te avisare si alguien lo dice – removí la almohada en donde había escondido mi celular. Con este vestido era imposible llevarlo sin que se notara así que decidí dejarlo escondido en mi habitación.

– Ese amigo tuyo...

– Damian.

– Si ese – se pasó el pinta labios por los labios como una profesional – ¿vendrá con nosotras?

Conté hasta tres regulando mi respiración con los puños apretados. Quería decirle que jamás haría que conviviera con Damian, que lo infectaría.

– No el... tiene cosas que hacer. Ni siquiera se lo mencione.

No mentí en que Damian estaba ocupado. Los chicos se irían hoy y Damian los llevaría al aeropuerto. Después de ir a la feria me despedí de ellos entre lágrimas y promesas de volver a vernos. Darren no dejó que lo abrazara, me tomó por los hombros y me alejo cabreadísimo. Casi siento el aguijón de su rechazo, pero el habló antes y entonces comprendí su actitud.

– Deja de llorar. No te despidas Emma. Esta no es una puta despedida – me dijo antes de darse la media vuelta e irse a su habitación a empacar. Era su manera de decirme que no aceptaría que no volviera, que me estaría esperando y le dolía dejarme aquí.

Susan me sonrió a través del espejo como si le hubiera enseñado mi título universitario y estuviera orgullosa.

– Esa es mi hija.

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