CAPÍTULO 15

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Pasó una semana desde mi último y desafortunado encuentro con Damian. Las cosas entre los dos habían mejorado, al parecer el entendió y no intentaba buscarme o explicarme las cosas, me trataba como una amiga más y por alguna extraña y contradictoria razón, eso me molestaba y arruinaba mi humor.

No puedo negar que mis sentimientos no habían desaparecido ni disminuido ni siquiera un poco por lo que, cualquier cercanía de su parte hacía que sintiera mariposas en el estómago y esa extraña corriente eléctrica recorría mi espina dorsal, pero aún tenía la esperanza que todo se esfumara con el paso del tiempo.

En una ocasión, Damian llevó un paquete de gomitas de gusanos a la hora del almuerzo y sin decir nada, las arrojó en mi regazo y tomó asiento como si nada hubiera pasado, como era habitual en el cuándo me decía algún cumplido o cuando tenía algún detalle que me dejaba sin aliento. Mi corazón flaqueó y estuve a punto de ir y besarlo hasta dejarlo sin aliento para después decirle que no quería ser solo su amiga, por el contrario, salí de la cafetería con la bolsa de golosinas en mi mano y lloré una hora encerrada en el baño. Con el paso de los días se hacía más difícil ignorar todos mis sentimientos y hacerme la fuerte cada vez que lo tenía en frente, pero la decisión había sido mía y no podía retractarme.

El timbre de mi casa sonó sacándome de mis pensamientos. Había quedado con Charles y Clara de ir a jugar a los bolos y ellos me recogerían. Me había puesto un vestido de tirantes color rojo que me llegaba por encima de la rodilla, era ceñido de la cintura y con vuelo en las caderas, el escote era poco pronunciado, mis ya desgastados converse blancos y una chamarra de mezclilla. Amarré mi largo cabello en una coleta alta y solamente puse rímel en mis pestañas.

Bajé corriendo mientras tomaba mi bolso y abrí la puerta con una sonrisa, la cual se esfumó en el momento en que noté que no era Charles quién estaba al otro lado.

– ¿Qué haces aquí? – lo miré de arriba abajo – y vestido así.

– Vaya, que buen recibimiento para un amigo. – dijo fingiendo una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Podía notar su nerviosismo, llevaba su negro cabello desordenado, dos grandes y negras ojeras habitaban debajo de sus ojos, haciéndome saber que no estaba durmiendo bien. Lo más extraño es que llevaba su uniforme de boxeo y solo cubría su torso desnudo con una sudadera negra abierta a la mitad de su pecho, llevaba las manos vendadas como si estuviera a punto de pelear.

Tomé todo el aire que me fue posible y me hice a un lado dejándolo pasar. Tenía razón, el seguía siendo mi amigo. En el que más confiaba y no podía ser cruel con él toda la vida por algo que él no había ocasionado.

– Repetiré la pregunta ¿Qué te trae por aquí, querido amigo? – hice énfasis en las últimas dos palabras.

– Yo... Necesito tu ayuda – miró al piso y luego a mí con su mano sosteniendo su nuca.

Nunca había visto a Damian tan nervioso con nadie. Era algo impropio de él. Siempre tenía esa postura irreverente con aires de grandeza y esa sonrisa burlona que hacían sentir inseguro a cualquiera que pasara por su lado. Hasta con los profesores y adultos era educado pero seguro de sí mismo.

No me gustaba este Damian y mucho menos saber que era así por mí.

– ¿Mi ayuda?

– Si, Em, tu ayuda. – suspiró y volvió a tomar esa postura segura de siempre – Hoy tengo una pelea importante, hay mucho dinero de por medio y es un luchador de otra categoría.

– Damian, eres millonario, no necesitas el dinero y sigo sin entender en que necesitas mi ayuda.

– No es por el dinero, nunca lo ha sido. Quiero pelear, me gusta hacerlo y necesito desahogarme, ahora más que nunca, pero...– negó con la cabeza – digamos que me di cuenta que no puedo hacerlo sin ti.

MANTENTE LEJOS DE MIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora