Llamada.

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Cada vez que no respondías, mi corazón dolía. Lo único que resonaba en mi mente una y otra vez era "estoy con ella", mi mente repitiendo el porqué ya no podía estar contigo. Porque el amor que sientes por ella rebasó el que sientes por mí.

Entonces, como si estuviera atrapada en un bucle temporal que se repite una y otra vez, recuerdo cada una de las palabras que nos compartimos.

- Yo también tengo miedo y no por eso te abandono - le dije, tratando de contener mi voz temblorosa.

- ¿Abandonarte? - se sorprendió, frunciendo el ceño como si la idea le resultara absurda.

- Sí, es exactamente lo que estás haciendo. - insistí, con una mezcla de dolor y determinación en mis palabras.

- ¿Entonces quieres que esté contigo y te lastime? - sus ojos buscaban una respuesta que lo absolviera.

- Puedes estarlo y aun así no lastimarme. - respondí, sabiendo que la sinceridad era la única arma que me quedaba.

- Estoy con ella.

Y como si mi corazón fuera de vidrio débil, se quebró. Pude sentir cómo cada una de sus partes caía al piso, haciéndose trisas. Me sentí débil, toqué mi estómago en un intento de igualar mi peso y no caerme. Mis ojos se llenaron de lágrimas, luchando por no derramarse.

Él solo me miraba, en silencio, ¿qué más podría decir? Toda nuestra historia se reinició, no sé si era el principio o el final de ella.

- ¿Qué sucedió? - pregunté, con un hilo de voz, queriendo entender dónde todo se había torcido.

- Nunca la olvidé - confesó, bajando la mirada. - Pensé que sí, y luego te conocí, pero... - sabía que lo que diría me iba a doler el triple - ayer la vi, y recordé por qué la amaba.

No había forma de expresar mi dolor. Cada palabra suya era una daga que se clavaba en lo más profundo de mi pecho.

- ¿Y qué soy yo entonces? - susurré, tratando de mantener la compostura.

- Tú eres... - vaciló, como si buscara la manera de no herirme más, pero la verdad ya estaba desecha - tú eres alguien muy especial para mí, pero...

- Pero no soy ella. - terminé la frase por él, con amargura.

Él asintió, su expresión llena de pesar. Y en ese momento supe que no había nada más que decir. Toda nuestra historia, nuestras risas, nuestros sueños, parecían desvanecerse como el humo, dejando solo un vacío doloroso. Me giré y, con el poco orgullo que me quedaba, caminé lejos, dejando atrás todo lo que alguna vez significó "nosotros".

Esa noche, ahogada en lágrimas y con la ayuda de varias copas de vino, sentí la necesidad de escuchar su voz una vez más. Con el teléfono temblando en mi mano, lo llamé una y otra vez, esperando, deseando que contestara. Pero nunca lo hizo. Me quedé sola, en la oscuridad, con el dolor de su silencio y la amarga verdad de su traición.

Hubiera querido que me respondiera y que estuviera ella a su lado, así, podría echarle más sal a la herida y olvidarlo, pero no, su ausencia era peor, el buzón de mensajes se volvió un odio para mí.

Y así, borracha y sola, después de haberlo llamado más de 50 veces y solo porque me quedé sin saldo, dejé de llorar. La mañana siguiente, el dolor no se había ido. La herida seguía abierta, sangrante, y su ausencia, tan palpable como siempre. No sé cuánto tiempo pasará antes de que pueda olvidar su traición, nuestra historia, a él, si es que alguna vez lo hago.

Rosas, espinas y sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora