Amigos.

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Nunca en mi vida había conectado tanto con una persona, una persona que me hiciera reír a carcajadas, que estuviera conmigo en las buenas, en las malas y en las peores.

Pero el sentimiento empezó a ser más que un querer o necesidad.

"Me da risa porque la gente dice que hacemos buena pareja, sin saber que sólo somos amigos". Me sentí incómoda, molesta, incluso enojada. La manera en la que de su boca salía "sólo somos amigos" me hizo sentir un sabor amargo.

-¿Estás bien? -me preguntó.

Se podía notar mi incomodidad.

-Sí, sí -disimulé.

Entonces, cada parte de él empezó a notarse. Sus ojos, sus labios... cada vez que lo miraba no pensaba en otra cosa que no fuera sentir sus labios con los míos.

Esa noche, después de una larga caminata, nos encontramos sentados en nuestro lugar de siempre, un pequeño banco en el parque. La luz de la luna nos envolvía, creando una atmósfera mágica y, a la vez, inquietante. De repente, un apagón dejó el parque en total oscuridad, salvo por la luz plateada de la luna. El silencio se hizo más pesado, y nuestras miradas se encontraron. Era como si todo a nuestro alrededor se hubiera desvanecido, dejándonos solos en un universo donde sólo existíamos nosotros dos.

Él me miró intensamente, sus ojos brillando con una emoción que nunca antes había visto. Mi corazón latía con fuerza, y la cercanía entre nosotros se volvió casi insoportable. Sin decir una palabra, se inclinó ligeramente hacia mí, nuestros rostros a solo centímetros de distancia.

Cerré los ojos, mi respiración entrecortada, esperando el momento en que nuestros labios se encontrarían. Pero, de repente, él se detuvo, como si una barrera invisible se interpusiera entre nosotros.

- Lo siento, no debería...- murmuró él, retirándose un poco. La magia del momento se desvaneció, dejando un vacío que no sabía cómo llenar.

Abrí los ojos, encontrándome con su mirada, ahora llena de confusión y lucha interna. Quería decirle tantas cosas, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Finalmente, fui yo quien rompió el silencio.

- Quizás... deberíamos irnos...- sugerí, mi voz temblando un poco.

Él asintió lentamente, y ambos nos levantamos, alejándonos del banco bajo la luz de la luna.

Mientras caminábamos, una mezcla de emociones llenaba mi corazón: esperanza, temor, y una profunda incertidumbre sobre lo que significaría este momento para nuestra amistad. Pero en ese instante, lo único que importaba era que, a pesar de todo, todavía estábamos juntos, compartiendo un silencio que decía más que mil palabras.

Después de unos minutos de caminar en silencio, sin rumbo definido, no pude contener más la tormenta de emociones que se agitaban en mi interior. Me detuve en seco y lo miré con determinación.

-No puedo más con esto -dije, la voz quebrada por la frustración y el dolor acumulado.

Él se giró para mirarme, sorprendido por mi súbita detención y tono.

-¿Con qué no puedes más? -preguntó, genuinamente desconcertado.

-Con este juego -respondí, haciendo un gesto amplio con las manos-. Con fingir que estamos bien siendo solo amigos, cuando en realidad... yo... -vacilé, tomando una profunda respiración antes de continuar-. Te amo. Y me duele que no te des cuenta o que, si lo haces, prefieras ignorarlo.

Sus ojos se abrieron un poco más, y la incredulidad se mezcló con algo que no pude identificar del todo.

-Yo... no sabía -murmuró, como si esas palabras pudieran disculpar la ceguera que había mostrado hasta ahora.

-¡Claro que lo sabías! -exclamé, con la voz cargada de frustración-. ¿Cómo no podrías darte cuenta? Está en la forma en que te miro, en cómo me preocupo por ti, en cómo me duele cada vez que dices que solo somos amigos. ¡Porque para mí, esto es mucho más que eso!

El silencio cayó pesado entre nosotros. El viento susurraba a través de los árboles, llenando el espacio con una extraña quietud. Él bajó la mirada, como si las palabras fueran demasiado difíciles de sostener.

-No quería arriesgar nuestra amistad... -comenzó, su voz apenas un susurro-. Pensé que lo mejor era mantener las cosas como están, porque... si esto no funcionaba, perderte sería lo peor.

-Pero ya me estás perdiendo -dije, con la voz quebrada, sintiendo las lágrimas quemando mis ojos-. Cada vez que niegas lo que sientes, cada vez que ignoras lo que hay entre nosotros, me pierdes un poco más.

Él se quedó en silencio, y pude ver la lucha interna reflejada en su rostro. Finalmente, dio un paso hacia mí, extendiendo una mano como si quisiera alcanzarme, pero se detuvo a medio camino.

-No quiero perderte, de ninguna manera -dijo con voz ronca-. Pero tampoco quiero obligarte a sentir algo que no puedes o no quieres sentir.

Nos miramos a los ojos, ambos conscientes de que estábamos en un punto de inflexión. El silencio se alargó, lleno de todo lo no dicho y de todas las posibilidades que pendían en el aire.

Con el paso de los días, de la nada, todo empezó a volverse extraño, hasta que una madrugada sentí un golpe desesperado en la puerta.

- ¿Qué carajos haces aquí? - pregunté confundida.

- No puedo dormir, no puedo respirar, no puedo dejar de pensar en ti, en nosotros.

- Ya déjalo, no es para tanto. - dije, estaba cansada de ello.

- No. - dijo con firmeza.

De repente se acercó a mí y me besó, con desespero, con miedo a que me apartara.

Yo me quedé en shock, no sabía que decir o qué hacer.

- También te amo, y es algo que he venido ignorando hace mucho tiempo, dejandome consumir por el miedo, por el "puedes arruinarlo". Sé que mereces más que yo, pero quiero estar contigo y trabajar para ser todo y cada una de las cosas que mereces. Quiero merecerte, quiero ser tuyo.

- Pero... Siempre has dicho que sólo somos amigos...- lo único que pudo salir de mis labios.

- Tal vez nunca lo fuimos, tal vez simplemente fuimos pacientes, lo amigos no se mueren por ganas de besarse, de tocarse. Cada vez que me hablabas de tus nuevos novios sentía ganas de vomitar, era como estuvieran haciendo un licuado con mis intestinos. "Amigos, amigos" cada que salía eso de mi boca también me dolía, me pesaba, quería gritar con todas mis fuerzas lo mucho que te amo. - sus manos estaban en mi cara, su frente estaba junto a la mía, sentía cada una de sus respiraciones.

Nos volvimos a besar, él agarrándome por la cintura, con fuerza. Había deseado este momento desde que supe que lo amaba.

- Si hacemos esto...- me interrumpió.

- Estoy dispuesto a todo sólo por estar contigo.

Nos besamos con una mezcla de urgencia y delicadeza, como si cada contacto fuera un pacto sellado con nuestros miedos y deseos. En ese instante, supe que no importaba cuán incierto fuera el futuro, que las dudas y los temores podrían seguir acechando, pero habíamos decidido enfrentarlos juntos. Era un paso hacia lo desconocido, un salto de fe que estábamos dispuestos a tomar.

Nos separamos brevemente, nuestras respiraciones entrelazadas en la quietud de la madrugada. Sus ojos, brillando con una mezcla de amor y determinación, me sostuvieron en un abrazo invisible.

- Quiero estar contigo. - susurré, con una sonrisa temblorosa en mis labios.
- No sé qué nos espera, pero estoy dispuesta a descubrirlo, a enfrentar cada obstáculo, cada miedo, porque sé que estar contigo vale la pena.

Él asintió, y con una sonrisa suave y llena de promesas, me abrazó, envolviéndonos en un calor reconfortante. A partir de ese momento, no importaba lo que el mundo dijera, no importaban los miedos que nos habían mantenido separados por tanto tiempo. Habíamos elegido amarnos, a pesar de todo, y eso era lo único que importaba. Mientras nos quedábamos allí, abrazados en la penumbra, supe que habíamos encontrado la fuerza para ser valientes, para amarnos sin reservas, y para enfrentar el futuro juntos, pase lo que pase.

Rosas, espinas y sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora