Dolor.

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Ese dolor que te consume por dentro cuando amas a alguien y te toca dejarlo ir, cuando cada sonrisa que comparte con alguien más es como un sentimiento agridulce. Alguien más es causa de tu sonrisa, pero muero por ser yo quien está a tu lado, a quien le agarras la mano. Dejarte ir duele, es como si me arrancaras cada partícula de mi ser con una pinza, poco a poco. Los recuerdos me consumen, me ahogan. Los besos, las caricias, tu tacto, el roce de tu piel con la mía, ya no están, no queda ni un poco.
No queda nada. El vacío que dejas tras tu partida es un abismo sin fondo, una sombra perpetua que me sigue a cada paso. Cada risa ajena, cada mirada compartida con alguien más, es una punzada en el alma, una constante tortura de lo que pudo haber sido. Me pierdo en la memoria de tus abrazos, en el calor que ya no siento, y el eco de tu voz resuena en mi mente, recordándome que ya no estás. El mundo sigue girando, pero para mí se ha detenido, atrapada en un bucle eterno de dolor y sufrimiento.
Los momentos que compartimos no compensan tu ausencia. El dolor que causa sentir la cama vacía. Las noches de insomnio. Solo el sol y la luna saben cuánto he llorado, deseando volver a lo bello que era lo nuestro.
Tan bello como la música, como el mar, como el amanecer, como tus ojos, bello como las flores, como los juegos artificiales.
El dolor de tener que dejar de lado nuestro "para siempre y por siempre".

Rosas, espinas y sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora