Victoria.

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En el fragor de cada batalla, había momentos en los que todo parecía perdido. Las noches se volvían interminables, llenas de silencios que pesaban más que cualquier palabra. Nos preguntábamos si valía la pena, si nuestras fuerzas resistirían un golpe más, si el amor era suficiente para mantenernos en pie. Sin embargo, incluso en esos instantes oscuros, encontrábamos un motivo para seguir. Un recuerdo compartido, una promesa rota pero reconstruida, una caricia que devolvía el calor a nuestras almas. Cada grieta que se formaba entre nosotros terminaba por hacernos más fuertes, como si nos rearmáramos con las piezas que se caían en el camino.

No fue fácil, no. El precio de esta guerra se llevó pedazos de nosotros que nunca recuperaremos. Dejamos atrás sueños que alguna vez pensamos indispensables, sacrificamos deseos propios por el bien común, y aún así, encontramos belleza en medio de la destrucción. Aprendimos a amarnos incluso cuando no nos entendíamos, cuando cada palabra se volvía un arma y cada mirada, un escudo. Nos acostumbramos a vernos vulnerables, a admitir que no teníamos todas las respuestas, y que, a veces, solo queríamos rendirnos. Pero nunca lo hicimos. Nos levantamos una y otra vez, hasta que cada batalla perdida comenzó a sentirse como una victoria ganada.

Sangramos, ¡vaya que sangramos!, quedaron cicatrices en nuestra piel. Manchas en nuestro corazón, cuerpo y mente. Pero aún así, cuando ya casi decidíamos rendirnos, nos levantamos, tomados de la mano, y luchamos. Luchamos porque nos amamos, porque preferimos una eternidad de lucha a una en donde no habría un "nosotros."

Y allí, en ese instante de calma, nos dimos cuenta de que éramos libres. Libres para reconstruir lo que habíamos perdido, para sanar lo que estaba roto y, sobre todo, para comenzar de nuevo, sin el peso de la guerra sobre nuestros hombros. Esta vez, no se trataba de luchar, sino de vivir.

Finalmente, cuando el polvo se asentó y el silencio llenó el aire, nos dimos cuenta de que la guerra había terminado. No había más enemigos que enfrentar, no quedaban más batallas por pelear. Nos miramos a los ojos, desgastados pero enteros, y supimos que lo habíamos logrado. Habíamos ganado la guerra, no porque hubiésemos salido ilesos, sino porque, a pesar de las heridas, todavía estábamos juntos. La victoria no estaba en haber sobrevivido, sino en haberlo hecho juntos, a pesar de todo.

Rosas, espinas y sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora