Ella estaba de pie en medio de la sala, los brazos cruzados, como si de esa forma pudiera sostenerse para no desmoronarse. Él entró, agotado, con la mirada cargada de arrepentimiento, los hombros caídos, el peso de sus acciones claramente visible en su rostro. No hizo falta que hablaran al principio. El aire entre ellos era denso, sofocante, lleno de todas las palabras no dichas y las heridas abiertas que aún sangraban.- Lo siento - murmuró él, apenas capaz de sostener su mirada.
Ella dejó escapar una risa amarga, dolorida, casi irónica. Se dio la vuelta, mirándolo por encima del hombro.
- ¿Eso es todo? - su voz temblaba, quebrada por el dolor que había tratado de enterrar—. ¿Lo sientes? Crees que con decir esas palabras vacías vas a reparar todo el daño que hiciste... como si fuera tan fácil.
Él se arrodilló frente a ella, desesperado, casi rozando el suelo con los labios, con las manos extendidas hacia ella, buscando su perdón como un náufrago se aferra a un pedazo de madera en medio de una tormenta.
- Por favor, escúchame - susurró, con los ojos vidriosos. - Te amo, te amo más de lo que he amado a alguien en mi vida. No lo entendía antes, pero ahora lo sé. Eres lo más real que he experimentado, mi alma te llama, te necesita... No hay sentido en nada si tú no estás. Dame otra oportunidad, por favor.
Sus palabras eran perfectas, las correctas. Las que ella había esperado oír durante tanto tiempo. Sintió cómo su pecho se contraía, cada fibra de su ser anhelando perdonarlo, dejarse llevar por esa promesa de redención. Pero, a pesar de todo, sabía que no podía. Era demasiado tarde. El amor no siempre bastaba para salvar lo que ya estaba roto.
Ella se apartó de él, cada paso más pesado que el anterior, con el corazón desgarrado. Respiró hondo, tratando de no ahogarse en sus propias emociones.
- Te quise tanto que me dolía respirar cada vez que estabas lejos - dijo, sin mirarlo. - Me hiciste creer en nosotros, en un "nosotros" que tú mismo destrozaste sin dudarlo. Y ahora... ahora vienes a decirme que me amas, que me necesitas. Como si todo lo que me hiciste se pudiera borrar con esas palabras.
Él temblaba, sintiendo el abismo crecer entre ambos, sabiendo que estaba perdiéndola.
- Por favor... - suplicó, la voz rota.
Ella cerró los ojos, incapaz de mirarlo a los ojos por más tiempo. Quería perdonarlo, lo deseaba con todo su ser, pero no debía. Sabía que si lo hacía, solo se condenaría a más sufrimiento. No era la primera vez que le decía esas palabras. No sería la última vez que él las rompería.
- No puedo... - susurró, con las lágrimas llenándole los ojos. - Lo siento, pero ya no hay nada que puedas hacer. El daño ya está hecho. Me encantaría creerte, de verdad... pero ya no tengo fuerzas para seguir reparando lo que tú mismo destruyes.
La desesperación en sus ojos dio paso a algo más oscuro. De repente, el arrepentimiento se transformó en frustración. Se levantó bruscamente, tambaleándose, como si no pudiera soportar el rechazo. Sus puños se cerraron, sus dientes apretados.
- ¡¿Qué más quieres que haga?! - gritó, sus palabras ahora llenas de rabia. - ¡He hecho todo lo que puedo! ¡Me estoy humillando aquí frente a ti, y ni siquiera puedes darme una oportunidad!
Lanzó un objeto al suelo, haciendo que se rompiera en mil pedazos. Luego, golpeó la mesa, derribando todo lo que estaba sobre ella. El estruendo llenó la sala. Él respiraba agitado, con el rostro enrojecido por la ira y las lágrimas mezclándose en su mejilla.
- ¡Maldita sea! - insultó, señalándola con el dedo.- ¡Eres una ingrata! ¡Todo esto es tu culpa, tú me hiciste así! ¡No tienes ni idea de lo que estoy pasando!
Ella lo miró, el corazón roto, pero ya no por lo que había perdido, sino por lo que estaba viendo. Su rabia solo confirmó lo que había temido durante tanto tiempo.
- Cuando por fin dices algo que por un momento pensé que era sincero... —murmuró con tristeza- Me haces darme cuenta de lo equivocada que estaba todo este tiempo. Lo que haces con las manos, lo destrozas con los pies. Y ahora entiendo... no hay nada que pueda salvarnos porque te encargas una y otra vez, de dañarlo. Tú no quieres salvarnos.
Él se quedó en silencio, con los labios temblando, las palabras atoradas en su garganta, y en ese momento, supo que todo había terminado.
Ella lo miró una última vez, llena de una tristeza profunda pero liberadora, antes de darse la vuelta y marcharse. Esta vez, no habría vuelta atrás.
La rabia que lo consumía desapareció tan rápido como había llegado, dejando tras de sí solo el eco de su respiración agitada y el sonido de los vidrios rotos en el suelo. Él cayó de rodillas, derrotado, las lágrimas cayendo sin control por su rostro. El grito que escapó de su garganta era desgarrador, lleno de desesperación, pero vacío de esperanza. Su cuerpo temblaba mientras sollozaba, sus manos intentando agarrar algo, cualquier cosa, como si pudiera retener el amor que había perdido.
Pero no se levantó. No la siguió.
Porque, al fin, lo entendió. Ir detrás de ella sería seguir rompiéndola, seguir destruyéndola hasta hacerla polvo. Y eso... eso era lo único que le quedaba claro: ya no podía dañarla más.
Porque la amaba, pero no sabía cómo. No tenía ni idea de lo que realmente significaba amar a alguien. Entonces... ¿realmente la amaba? Porque para amar de verdad, tienes que saber cómo hacerlo. Y si no puedes, si no entiendes lo que es cuidar y respetar a alguien, entonces, no puedes amarla. Solo la había lastimado, confundiendo su deseo, su necesidad, con amor.
Con la cabeza baja, se quedó ahí, arrodillado entre los restos de lo que alguna vez fue su vida juntos, mientras ella se alejaba, sin mirar atrás.
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Rosas, espinas y sangre.
PoesíaSentimientos y sensaciones, escritos que te transportarán al dolor ajeno, al sufrimiento, tal vez al amor, tal vez a la esperanza. Quédate y leelos para descubrirlos.