Capítulo 2

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Rojos, azules, naranjas y amarillos.

Toda la sala estaba decorada de diferentes cuadros con aquellas tonalidades; círculos, cuadrados y triángulos.

Un cuadro de esferas en tonalidades violetas me tenía cautivada; esferas de diferentes tamaños que se superponían las unas con las otras.

Recuerdo haberme fijado en aquel cuadro la primavera vez que entré en aquella sala. Aquel día me había quedado en silencio durante toda la sesión. Cristina me había preguntado mi nombre y yo le había respondido en voz baja.

Aquellas habían sido mis únicas palabras aquel día, y tras una hora de puro silencio, en donde solo se había escuchado el tintineo de mis dedos repicando contra la silla, Cristina me había dicho que había acabado nuestra sesión y que nos veríamos la siguiente semana.

Eso había ocurrido hacía alrededor de un año, tres días después del incidente que había ocurrido en casa y del cual no se había vuelto a hablar.

Papá había pedido cita con la psicóloga y me había obligado a asistir sin falta todos los viernes del mes.

Las primeras semanas, e incluso meses habían sido incómodos, horas de puro silencio sin más intercambio que un «¿Qué tal?» por parte de Cristina y un «Bien» o asentimiento por parte mía.

Después de los tres primeros meses Cristina habló con mi padre para mencionar que las sesiones no iban como se esperaba. Poco después papá habló conmigo y después de verle derramar una lágrima por su mejilla decidí que intentaría tomarme la terapia en serio.

«Quizás incluso consigas sentirte un poco menos desgraciada», pensé en aquel momento.

Nunca le había visto llorar en todos los años que llevaba con él, así que eso había sido un buen incentivo para intentarlo.

Hasta el día de hoy, un año después y aún seguía sintiéndome aquella persona vacía que pisó aquella sala por primera vez.

ー¿En qué piensas? ー preguntó mi psicóloga mientras cogía su bolígrafo y la libreta.

Desvíe mi mirada del cuadro hacía sus ojos marrones, luego la volví a desviar hacia mis botas, tuve que poner una mano sobre mi pierna para controlar el balanceo de esta.

Nada.

Ese era el problema.

No pensaba en nada.

No sentía nada.

ー¿Te apetece contarme algo? ー dijo Cristina en tono suave.

Negué con la cabeza, y ella no volvió a insistir, no recordaba cuantas sesiones con mi psicóloga habían sido de puro silencio. Sesiones en las que solía encontrarme a solas con mis pensamientos; pensamientos que me daban tanto miedo que no quería siquiera pronunciar en voz alta. Porque eso significaba solo una cosa. Que eran reales.

Quince minutos después ya me había cansado de observar cada esquina de aquel lugar, y aunque no quería aceptarlo, mis sesiones con Cristina me habían asegurado una cosa; que la mayoría de las veces era mejor desahogarse que guardarse los sentimientos, y aunque no era muy buena en eso, estaba aprendiendo.

ーEs raro ーdije en voz alta sin referirme a nada en concreto.

ー¿El qué?

ーSiempre he escuchado que la adolescencia es la mejor etapa de la vida. ーUna risa ronca se escapó de mis labios al ver la ironía de la fraseー. Pero la realidad es que es una gran mierda.

ー¿Te ha pasado algo en particular esta semana? ーpreguntó intentando indagar.

ー¿Tiene que haber alguna razón para estar triste? ーpregunté a modo de respuesta.

Déjame quererte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora