El otoño había comenzado hacía apenas unas semanas atrás, las calles de Madrid estaban cubiertas de hojas con distintos tonos de amarillos, rojos y marrones. Aún faltaba más de un mes para que llegará el invierno, pero el aire comenzaba a ser un tanto gélido. Ya no solo bastaba con salir a la calle con una simple sudadera, hacía falta algo más, algo más de capas.
Odiaba el invierno, odiaba aquella maldita ciudad y odiaba mi vida.
Mis manos estaban manchadas de carboncillo, y un gruñido de frustración salió de mi garganta. El dibujo para la clase de artes se me estaba complicando más de lo que pensaba.
No conseguía una armonía entre las sombras y las luces. Borraba, trazaba, difuminaba, pero seguía sin ser perfecto. Cristina, mi psicóloga, ya había hablado conmigo sobre la importancia de manejar la frustración y sobre mi tendencia a la autocrítica y la perfección. «Vivimos en un mundo de imperfecciones, necesitas aprender a manejar eso».
Era cierto, podía ser demasiado autoexigente conmigo misma, siempre buscando la perfección, siempre pensando que podía hacer las cosas un poco mejor...
Nada era suficiente, y eso en cierto modo era un problema.
Las carencias que existían en mi vida me habían enseñado a refugiarme en la perfección.
En los últimos años de colegio aprendí que papá me prestaba más atención si hacía las cosas bien. Mis profesores y profesoras siempre elogiaban mi buen comportamiento y excelentes tareas; lo que hacía que recibiera muestras de orgullo y agrado por parte de mi padre.
Con el tiempo eso se perdió, pero la exigencia de hacerlo siempre mejor permaneció en mi.Otro gruñido volvió a salir de mi garganta junto a un pequeño grito de frustración, arranqué la hoja del bloc de dibujos y la arrugué lanzándola junto a las dos bolas que había en mi escritorio.
ーEsto es una mierda ーgrité al aire mientras me levantaba de la silla y mi perrita ladeaba la cabeza desde mi cama.
Salí de mi habitación y me dirigí hacia la cocina a por algo de merendar.
No había nadie en casa, ya que mi padre aún estaba en la oficina y no llegaría hasta tarde.
El último proyecto que estaba organizando lo mantenía fuera de casa hasta altas horas.
Cogí unas tostadas integrales del mueble y le junté un poco de guacamole con algo de queso curado, tomé la jarra de zumo de naranja que había en la encimera y me serví un poco.
Ahora si estaba lista para continuar mi tarea.
Un ding sonó desde mi habitación.
Le di un trozo de tostada a Coco y fui a revisar mi móvil.
Papá: "Llegaré tarde. Hazte algo de cenar, un beso".
Alicia: "Ok".
Genial, otro día más que cenaba sola.
No era una cosa que me molestara, me había acostumbrado a la soledad, se había vuelto algo tan familiar a lo largo de toda mi vida...
Papá era ejecutivo de una de las empresas más importantes del país.
Nos habíamos mudado a Madrid hacía cinco años por trabajo. Papá había comenzado en un puesto bajo y había ido subiendo de escaños hasta encontrarse en el cargo que estaba ahora. «Los grandes logros, requieren grandes esfuerzos pequeñaja». Esa frase me la había dicho hacía años, y aún la recordaba como si fuera ayer. Muchas horas en la oficina y pocas con tu hija. Buen trabajo papá.
Las reuniones hasta tarde y los viajes constantes eran el pan de cada día, había sido así desde que era pequeña.
Desde los nueve hasta los doce había tenido múltiples niñeras que me habían ofrecido más amor a lo largo de aquellos años que mi padre en toda mi vida. Mi última niñera Lucy, era muy maja, solía prepararme pizza para cenar los viernes por la noche mientras hacíamos maratones de películas. Pero llegado el punto, fue despedida debido a que yo ya era demasiado mayor y podía quedarme sola en casa; «esto te hará más independiente y madura», había dicho papá en más de una ocasión.
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Déjame quererte.
Подростковая литература¿Y si te dijeran que el chico que vas a conocer en terapia cambiará tu vida por completo? ¿Comenzarías la primera sesión a pesar del escepticismo? Alicia Turner es una chica golpeada por la vida, una que nunca ha conocido el sentimiento del amor y l...