Capítulo 7

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La figura elegante de mi padre se encontraba sentada en uno de los taburetes de la cocina, su taza de café negro descansaba a su lado mientras tecleaba en el ordenador.

Entré en la sala sin saludar, aún estaba molesta debido a que se había perdido mi cumpleaños. Cogí una taza rosa del mueble y vertí leche de avena dentro.
   
ーBuenos días ーsaludó mi padre apartando la cabeza del ordenador cuando se percató de mi presencia.

ーBuenos días ーrespondí mientras me llevaba uno de los croissant que había comprado Cecilia a la boca.
   
ー¿Qué planes tienes hoy?
   
ーHe quedado con Sofía y con Nico ーcontesté mientras echaba dos cucharadas de nesquik a mi taza y removía el líquido tiñéndolo de marrón.
   
ーVaya ーrespondió mientras se rascaba la barbaー. ¿A qué hora? Había pensado ir a la bolera por tu cumpleaños.
   
ーPor la tarde noche. ーMe apoyé en la encimera y dijeー. El día de la bolera era ayer.
   
ーCielo ya sabes que no pude por motivos de trabajo.
   
ーNunca puedes por motivos de trabajo. ーMe quejé.
   
Un resoplido de cansancio y estrés salió de él.
   
ーNo vamos a volver a hablar del tema ーrespondió pellizcándose el puente de la nariz con frustración.
   
ーEse es el problema, que tú nunca quieres hablar las cosas. ーDejé la taza en la pilaー. Tanta mierda en el cajón va a explotar algún día. ーMi tono de voz se elevó un gradoー. No quieres hablar de los problemas causados por el trabajo, no quieres hablar de lo que ocurrió el año pasado, no quieres hablar de mamá.
   
ーAlicia... ーdijo en tono de advertencia.

ー¿Qué? ーrespondí enfadadaー. Me abandonaste a los tres años en Londres, y me abandonas cada semana por motivos de trabajo. Mamá podía tener carencias, pero por lo menos a veces intentaba demostrarme amor y que le importaba.
   
ーAlicia, ya basta. ーSu tono autoritario junto con el golpe en la encimera hizo que algunas lágrimas se acumularan en mis ojos y diera un pequeño sobresalto.
   
Lo miré con rabia y dolor y salí de la cocina con una punzada en el pecho.

Los problemas con papá se acumulaban en un pequeño montón que a menudo me hacía colapsar.

Me sentía sola y culpable.

Mi nacimiento había sido un error y a veces sentía que papá se lamentaba tanto por haberme tenido hacía dieciocho años que me consumía la culpa.
   
Mamá y él me tuvieron en el último año de carrera. Papá cursaba la carrera de finanzas en Londres ya que había ido a pasar su último año de erasmus a la ciudad gris. Conoció a mi madre a través de un amigo; ella era nativa de la ciudad y estudiaba enfermería. Por lo que había dicho mamá durante uno de sus delirios fue amor a primera vista, ambos quedaron prendados el uno el otro desde el primer momento en que se vieron.

Nueve meses después nací yo (por error).

Aún así mamá solía decir que era el mejor error de su vida, su pequeña estrella, la que iluminaba sus días.

Tres años después papá dejó a mamá y volvió a España. Se olvidó de mi existencia excepto por la pensión mensual que le mandaba a mamá. Seis años más tarde volví a él, y desde entonces siempre he visto en sus ojos ese rastro de arrepentimiento.
   
«Family Line» de Conan Gray se reproducía por mis audífonos mientras trazaba rayas negras en mi libreta.

Ira, rabia, frustración, culpa.

Líneas, líneas, líneas.

Negro, negro, negro.

Unas lágrimas traicioneras cayeron a toda velocidad por mis mejillas. La punta de carbón se hacía más gruesa conforme trazaba en el papel hasta que un agujero terminó por romper mi dibujo abstracto y sin forma que consistían en líneas negras superpuestas.

Déjame quererte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora