Capítulo 11

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ー¿Cómo llevas aquel portafolios que querías enviar a la universidad de Londres? ーpreguntó Hugo mientras se llevaba un churro a la boca.

Habíamos venido a una cafetería bonita del centro de Madrid donde la especialidad eran los churros con chocolate. Ambos íbamos enfundados en ropa de abrigo debido al frío invernal.

El pelo negro azulado de Hugo se había quedado un poco despeinado despues de quitarse el gorro negro.

Aún conservaba la nariz y las mejillas un poco rosáceas debido al frío. Sus ojos de un azul tan profundo como las puntas de su pelo.

Suspiré sonoramente antes de tomar un sorbo de chocolate y respondí:

ーAún me quedan unos cuantos bocetos, ーla taza calentó mis manosー, pero estará para el plazo final. Estoy un poco bloqueada últimamente.

Él asintió con la cabeza comprendiendo lo frustrante que era tener un bloqueo artístico.

ー¿Malos tiempos? ーpreguntó con cierta cautela.

ーUna mala racha ーconfesé mientras lamía un poco de chocolate que había quedado en mi bigotilloー. Ya se me pasará ーrespondí rezando porque así sucedieraー. ¿Qué tal con Dani? ーpregunté cambiando de tema.

El ceño de Hugo se encontraba un poco pronunciado, como si mis palabras lo hubieran dejado preocupado. Pero respetó mi silencio respecto al tema y sus rasgos se suavizaron lentamente.

Siempre me había gustado Hugo por su manera de respetar mis tiempos. Sabía sobre mis sesiones terapéuticas superficialmente, y a pesar de que no había profundizado contándole todos los entresijos de mi vida, sabía que no había sido un camino de rosas.

Apenas hablaba con mis amigos o mi padre sobre mis problemas, siempre he sido de las que piensan que lo pueden solucionar todo sola. Y así me había ido... con ataques de pánico y ansiedad debido al desbordamiento de emociones.

Hugo se sonrojó un poco cuando respondió:

ーHa organizado un viaje a París para estas navidades.

ーParís ¿eh? ーcontesté con una sonrisa de felicidad por mi amigoー. Visita el Louvre, la Catedral de Notre Dame y el arco del Triunfo por mi.

ーTambién comeré muchos croissant ーrespondió con una sonrisa cómplice sabiendo cuánto amaba lo dulce.

ーEspero que me traigas unos macarons como regalo ーdije poniendo morros y carita de perro apaleado.

ー¿Lo dudabas? ーpreguntó con cierta incredulidadー. Jamás me atrevería a despertar a la fiera por tremenda falta de respeto.

Ambos reímos al unísono sabiendo que tenía razón, posiblemente le recriminaría por el resto de nuestros días que no me hubiera traído esos dulcecitos de su viaje de vuelta a París.

ーPor cierto ーdijo mientras se limpiaba su boca de migajas de churrosー, al final la escultura del pajarraco no te está quedando tan mal.

ーNo hablemos del tema ¿quieres? ーrespondí recordando aquella monstruosa obraー. Podría ser perfectamente el villano de un cuento para niños.

Juró por el universo y por Dios (para quien fuera creyente) que nunca había hecho algo tan mal como había hecho esa escultura.

Pensé varias veces en rehacerla, en mandarlo todo al garete y ponerme de nuevo manos a la obra... Pero el final del cuatrimestre se acercaba y no tenía el tiempo suficiente para pensar un nuevo concepto y llevarlo a cabo de principio a fin. Así que lo único que había hecho era rediseñar el concepto del pájaro.

Ahora en vez del término libertad, estaba basado en la idea de encontrar la belleza dentro de la fealdad... Tenía intención de pintar algunos bordes de dorado y ciertos tonos luminosos dentro de la oscuridad que el pájaro representaba.

ーNoemi te adora ーrespondió mi amigo con cierto receloー. Seguro que sacas una buena nota.

ーNo creo que sea mejor que la tuya ーcontesté un poco molestaー. Pero en fin, no siempre se puede ganar. ーMe encogí de hombros con las últimas palabras.

Hugo y yo nos pasamos el resto de la merienda hablando un poco sobre las últimas series que habíamos visto.

Si en algo coincidíamos mi compañero de clase y yo era en lo friki que éramos ambos. Nos encantaban las mismas series, películas, libros y un largo etcétera.

Después de terminar nuestros churros con chocolate y hablar un poco en la cafetería por el miedo que teníamos a quedarnos congelado en las calles de Madrid, decidimos recorrer las calles de Gran vía.

Amaba los edificios que decoraban la gran avenida. Las esculturas, la arquitectura, la altura, los colores, las luces, el ambiente... recorrer aquella vía de noche siempre me había parecido algo demasiado mágico.

La primera vez que había recorrido esa gran calle papá me había contado una historia que me había dejado completamente fascinada. El relato narraba la historia sobre las dos flechas que encontrabas caminando por el número 32 de la Gran Vía.

Su historia se remontaba a la mitología romana, y solo hacía faltar entender la crónica observando hacia el cielo el edificio de enfrente, donde se encontraba tallada la escultura de Diana, la diosa de la caza.

La historia relata el romance entre el pastor Endimión, y Diana.

Dicho coqueteo llegó a oídos del dios Zeus, el cual enfurecido, envió al Ave Fénix para secuestrar a este, y así ocultar a Endimión de su hija para toda la eternidad. Sin embargo, Diana se negó a renunciar a su amor y atacó al Ave Fénix con sus flechas.

Es ese momento el que queda representado en el espacio de la Gran Vía, pues justo en el edificio de enfrente se puede observar al Ave Fénix, con Endimión a cuestas en su lomo.

Me había enamorado de la mitología romana, y probablemente del arte esa tarde de primavera mientras papá me contaba la historia de las flechas de la Gran Vía. Me había parecido una historia tan bonita y tan cruel a la vez... que mi yo de doce años había sido incapaz de procesar racionalmente lo que la historia quería decir.

Diana y sus flechas habían sido la razón por la que a día de hoy era una artista con ganas de triunfar y comerse el mundo.

Déjame quererte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora