4 - Sebastián

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Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí aquellas manos delicadas, que tan bien conocía, aferradas al resorte de mi ropa interior. Enderecé la cabeza al tiempo que movía las sábanas para encontrarme con su pícara sonrisa.

—Ali...

—Shhh, déjame darte los buenos días primero.

Mi cabeza rebotó contra la almohada en el momento que sentí el primer lengüetazo y, acto seguido, su boca hizo desaparecer mi pene. El gruñido de mi garganta la animó a continuar, envolviéndolo con la lengua y repasándolo como un caramelo. Sabía que tenía que detenerla, que lo que pasó anoche fue un error y que soy un auténtico imbécil por dejar que me haga un blow.

Entre el placer y el arrepentimiento, no dejé de repasar el maldito momento en el que vine a su casa anoche, debí haberme ido directo al hotel; debí haberle pedido que nos viéramos hoy en algún restaurante para desayunar o quizá solo debí habérselo soltado sin más. Sin subir al elevador, sin dejar que me besara, sin devolverle el beso, sin haberle arrancado la ropa apenas cruzamos la puerta, sin habérmela tirado en la sala y sin haberme quedado a dormir.

Antes de que pudiera seguir enlistando todo lo que no debí hacer, ella se enderezó para después sentarse a horcajadas sobre mí, usando ambas manos para levantar el delgado camisón y luego una sola para enterrarme en ella.

Sus caderas empezaron a moverse en círculos, debería haberla detenido, debería haberle pedido que parase, debería...

Volví a enderezarme para quitarle el camisón, mi boca se encontró con uno de sus pechos que me metí en la boca y apreté con los labios. Su cabeza se echó hacia atrás dejando su cuello expuesto, su cabello me hizo cosquillas en el brazo izquierdo con el que la sostenía por la espalda, la misma que se arqueó un poco más con cada gemido.

Me dejé ir en ese par de pechos perfectos, cortesía de un cirujano, soltando mordidas y besos a mi paso, mientras ella aumentaba el ritmo, gimiendo de placer ante cada una de mis caricias. Aferré ambas manos a su trasero, ayudándola a moverse a su antojo. El temblor empezó a recorrerla desde la cadera, pasando por la espalda y llegando en forma de grito a su boca.

—¿Terminaste? —preguntó con la sonrisa aún en los labios.

—No, pero no importa.

—Déjame ayudarte con la mano.

—No, Ali..., yo...

Sus ojos azules se clavaron en los míos, tragué saliva.

—Quiero terminar.

La sorpresa le pasó por la cara como un rayo, para después volver a sonreírme.

—¿Quieres que te la vuelva a mamar entonces?

—¿Qué?

—Para que termines.

—No, yo...

La levanté por la cadera, colocándola a mi lado con la mayor delicadeza que pude.

—Hablo de terminar... lo nuestro.

—¿Qué? —Extendió una mano para jalar la sábana y cubrir su desnudez, como si eso importara.

—Anoche, te dije del trato que hice con Romi.

—Sí, para encontrarte a ti mismo y eso, ¿acaso el trato incluye que terminemos?

—No —dejé salir el aire que estaba reteniendo—, es algo que llevo pensando un tiempo.

—¿Desde hace cuánto exactamente? Porque si no recuerdo mal, hicimos el amor anoche y ¡Dios, Sebas! Acabamos de hacerlo hace unos segundos. ¿Pensabas en eso cuando te la chupaba?

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora