24 - Sebastián

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Toda mi vida había estado llena de rutinas. Me ayudaban a centrarme, a mantener mi vida en orden y hasta como guía en el día a día. Y, aunque estaba acostumbrado a ellas, nunca las disfruté tanto como hasta ese momento. Hacerle el amor a Tori al despertar era mejor que una taza de café para iniciar el día.

Giré sobre mi costado derecho, acariciándole el hombro al compás de su pecho, que subía y bajaba, recuperando poco a poco el ritmo normal tras el orgasmo.

—¿Te dolieron los tatuajes?

Tenía cuatro, los había contado numerosas veces. La lista de Diego incluía un tatuaje, no estaba seguro de poder cumplir ese punto porque mi relación con las agujas era peor que la que tenía con mi papá.

—Depende, este de aquí —repasó con su dedo el de las costillas, en letra cursiva se leía Smile— mucho, hasta me dio fiebre.

—Así que... ¿según la zona es el dolor?

—Sí.

—¿Por qué no te lo hiciste en otro lado?

—Porque tenía sentido —sonrió—, costillas, cosquillas, sonreír. Ya sabes.

—¿Y los otros?

—El del tobillo —se refería al diminuto cangrejo negro— nada. Me lo hice junto con Pablo cuando nos obsesionamos por los signos zodiacales, el de él son un par de peces.

—¿Y este? —Acaricié otra vez el del hombro, en una fina línea estaba escrito Viraha y encima un colibrí volando.

—Un poco, ese... —soltó el aire contenido— me lo hice en memoria a mi mamá. Viraha significa el descubrimiento del amor a través de la separación. Fue el primero que me hice, tenía dieciséis años. Mi tía Bea fue quien firmó la autorización porque Adolfo estaba ocupado.

»¿Sabes?... Creo que los adolescentes no valoran lo suficiente a sus mamás. Las consideran molestas, amargadas, creen que su único propósito es fastidiarlo a uno y arruinar la diversión. En mi caso, no supe cuánto la quería y la necesitaba hasta que me di cuenta de que nunca estaría conmigo.

No tuve que preguntar por el colibrí, ella ya me había contado la leyenda acerca de los fallecidos y las aves. Traté de recordar si después de la muerte de Diego alguno me visitó. Fracasé.

—Me gusta que todos signifiquen algo tan bonito.

—¿Lo dices por el que piensas hacerte?

No respondí, sí le había mencionado que estaba en la lista, mas no que pensaba cumplirlo. ¿Acaso Tori podía ver a través de mí como yo de ella? ¿Veía el futuro? ¿Me leía la mente?

—No todos necesitan ser profundos —continuó ella—, tampoco tienen que significar algo, hay personas que se hacen tatuajes solo porque les gusta el diseño, otros como recordatorio, otros por moda o solo porque sí.

—Quiero que signifique algo.

—¿Has pensado en algo ya?

Sí, no, tal vez.

—Creo que sí.

Ella volvió a sonreír, claro que me leía la mente igual de bien que las intenciones. Un instante después ya estaba encima de mí con las manos apoyadas en mi pecho, el cabello cayendo en cascada por su espalda y los jadeos escapando por la boca.

Ver a Tori trabajar resultó un verdadero placer y una tortura a partes iguales. El primero, porque pude conocer una nueva faceta de su vida, ya sabía que era buena con la tecnología y las redes sociales, lo que no sabía era la dedicación y pasión que empeñaba detrás de cámaras; lo perfeccionista que era al encuadrar una foto, la creatividad que brotaba de ella como el agua en un manantial y lo mucho que se divertía con el proceso. El segundo, porque una parte de mi anatomía estaba deseosa de apoderarse de ella, de reclamarla como propia; y si no fuera por el respeto que le tenía a David, la habría empotrado contra el lavabo del baño.

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora