Puede que durante mi infancia y adolescencia Bea nunca se comportara como una tía. Lo que le faltaba de adulto responsable lo compensaba con creces en el rol de hermana mayor que se apropió sin preguntar, igual que hacía con los papeles de sus obras de teatro. Guardaba secretos como ningún diario lo hace. Me llevaba a sus actividades como un accesorio, sin importar si eran o no apropiadas para mi edad. Hasta antes de Pablo, fue mi cómplice de travesuras. Compartía conmigo su basto conocimiento en cualquier tema que pusiera sobre la mesa, incluyendo los hombres.
Bea decía que no había nada que un hombre no estuviera dispuesto a hacer por ganarse el favor de una mujer, cosa que pude comprobar por mí misma en numerosas ocasiones. Y Sebas... ¡Dios! Sebas era complaciente hasta la médula.
Los lengüetazos que me dio tras nuestra primera gran disputa fueron algo digno de mención honorífica, por supuesto que no pudimos limitarnos a manosearnos y lamernos el cuerpo entero. Mateo había pedido que no lo hiciéramos en su cama, pero no dijo nada sobre el resto de los muebles.
Con el primer grito que Sebas me arrancó desde el centro de mi ser, su excitación estaba a tal grado que no nos dio tiempo de mudarnos a su dormitorio, su prisa por cogerme lo llevó a arrancarme de la cama como un ama de casa lo hace con las sábanas que quiere lavar para aprovechar el día soleado.
Nos enzarzamos en un jaloneo que involucraba más que manos y besos, mi cuerpo fue aprisionado entre el suyo y la única pared libre; aferré mis piernas a su cintura mientras él me penetraba, una de sus manos me sostenía por el trasero mientras que la otra enroscó sus dedos con los míos para llevarlos sobre mi cabeza.
—¿Te he dicho que me encanta que seas tan chiquita? —susurró contra mi boca.
No pude responderle, en ese instante un fogonazo de placer me recorrió desde la punta de los pies. Lo mordí en el lóbulo de la oreja derecha, jadeando, suplicando que no se detuviera. Mis gemidos se convirtieron en deliciosos gritos agonizantes que él respondió con una embestida tras otra.
Nuestros cuerpos se comunicaban a otro nivel, las palabras sobraban, nos leíamos las intenciones, nos adelantábamos a lo que el otro pensaba. Cuando su mano dejó de sujetarme la muñeca y se fue deslizando hasta mi mejilla, el beso no involucró lenguas y se conformó con los labios. Mis piernas se aferraron con más fuerza a sus caderas.
Me sujetó con firmeza, conteniendo los temblores de mi cuerpo para después acostarme en el piso, y lo liberé de mi agarre cuando el calor de mi espalda hizo contacto con la alfombra. Sebas se hizo con una almohada que colocó en mi cabeza. Estaba hincado frente a mí, sus rodillas cumplían dos propósitos: me impedían cerrar las piernas y a él le ofrecían una vista panorámica que abarcaba mis deseos más oscuros.
—Tócate —ordenó tras humedecerse el labio—, quiero ver dónde colocabas a Pierre.
No pude más que reírme de sus perversidades.
Obedecí.
Con el pulgar y el índice abrí mis pliegues, con los dedos húmedos fui llegando hasta el clítoris, masajeando suavemente el botón feliz con movimientos circulares.
Un dedo ajeno se coló por mi abertura. Sebas se había inclinado hacia delante.
—No pares —gruñó.
Otro dedo se unió al que ya tenía adentro, se acomodaron en mi interior, frotando, explorando, buscando... ¡DIOS! Arqueé la espalda cuando llegó al punto exacto, aceleró el ritmo, incrementando con él un cosquilleo brutal que prometía dejarme afónica por varios días.
Justo cuando estaba por estallar en mil pedazos, Sebas me apartó la mano, al mismo tiempo que retiraba sus dedos maravillosos y los reemplazaba con mi segunda parte favorita de su anatomía, la primera era la sonrisa. El orgasmo que creí que había extraviado, empezó a asomarse de nuevo, despacio, glorioso, amenazante.
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Número equivocado
RomanceCuando Victoria Ferrer, la influencer con un pasado escandaloso, y Sebastián Ruiz, un hombre en busca de redención, se encuentran por accidente, sus vidas se entrelazan en un giro del destino. Ella, conocida como #ParisTapatia, guarda un corazón pr...