23 - Tori

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Pablo y Santi me dejaron afuera de AVA cerca de las nueve de la noche, habíamos pasado parte de la tarde preparando una sorpresa que tenía para Sebastián. No recordaba toda su lista de cosas por hacer, porque la memoria definitivamente no es lo mío. Sin embargo, para aquellas que sí conseguí retener me propuse ayudarle. Y después de hoy habría una menos.

—¿Segura que no quieres que nos quedemos, Chiqui? Ya sabes, por si el imbécil mayor anda por ahí.

Cuando llegaron a mi casa, un par de horas antes, Pablo ya le había contado lo ocurrido en casa de Inari, lo que nos llevó a una media hora de carcajadas de su parte y lamentos por habérselo perdido. Las risas se convirtieron en aplausos y suspiros cuando les conté con todo lujo de detalle las cosas maravillosas que Sebas me hizo. Fue tal su emoción que hasta fui perdonada por haber desaparecido otra vez.

—Puedo con él.

—Precisamente —dijo Pablo—, él es quien nos preocupa. No sería divertido interrumpir nuestra cena de hoy para ir a sacarte de la cárcel.

—Habla por ti, para mí sería muy divertido. —Santi le dio un ligero golpe en el hombro.

—Prometo que me voy a comportar, ya, váyanse. No quiero que lleguen tarde y no olviden contarme cómo termina todo —besé a ambos en la mejilla—, ¡suerte!

Esperaron a que cruzara la puerta, antes de poner el auto en marcha otra vez, y al final se fueron.

Desde que Sebas y yo empezamos a salir no había venido a su trabajo. A primera vista tenía un aire pintoresco, no se parecía a los bares populares ni restaurantes elegantes a los que estaba acostumbrada. Podía imaginarme a Bea aquí con sus amigos hippies charlando hasta altas horas de la noche o corrigiendo los guiones de su siguiente obra de teatro.

Un hombre de piel aceitunada salió a recibirme con una gran sonrisa, asumí que se trataba de David, el jefe y dueño. A diferencia de los establecimientos donde era cliente frecuente y los encargados se desvivían con halagos, ofreciéndome una cena gratis que aún no había ordenado, David me trató como a un cliente más.

—Su mesero vendrá en un minuto —me dijo luego de ofrecerme el menú.

Mesero... eso significaba que Mateo estaba de turno.

—Gracias, la verdad es que vengo a ver a Sebas.

David no agregó nada más, se limitó a sonreír. Luego se encaminó hacia otra mesa a preguntarle a los comensales qué les había parecido el platillo.

Además de esas personas, una pareja de extranjeros, había un hombre con pinta de escritor atormentado y un grupo de chicas ya un poco ebrias. Sentí algo de pena por el dueño, se notaba que la clientela era poca, aunque bien podría atribuírselo a que era martes.

—¿Qué te traigo? —preguntó el imbécil mayor.

Le di un repaso con los ojos, igual que lo hacían Las Plásticas en "Chicas Pesadas". Tenía una cinta atravesada en el puente de la nariz, el labio inferior partido con una línea y en la sien empezaba a desvanecérsele un moretón.

—Dile al bartender que me sorprenda. —Le devolví el menú.

—¿No quieres nada de comer?

—¿Le haces esa pregunta a todos los clientes?

—No, solo con los que me porté como un idiota y a los que quiero ofrecerles una disculpa.

Vaya, eso era nuevo. Siendo honesta, nunca la esperé, tampoco sabía si la quería hasta que la escuché flotar en el aire. Puede que yo no estuviera acostumbrada al rechazo, aunque sí que lo estaba con el ajeno. Con las reacciones que tenían los hombres conmigo, desde los pretendientes a los amantes; con los que solo me besuqueaba borracha en un antro y a los que sacaba a empujones de mi apartamento luego de que la vecina interrumpiera.

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora