30 - Sebastián

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Hace muchos años le escuché a mi mamá decir que un evento es tan memorable como el drama ocurrido durante el mismo. Como en el cumpleaños número cuarenta de una de sus mejores amigas, cuando la festejada atrapó al marido besuqueándose con la organizadora del evento; el recuerdo de esa fiesta duraría por toda la eternidad. O como cuando mi tía Marce vomitó en la celebración de fin de año enfrente de todos los invitados, según ella porque la comida le había caído pesada.

Honestamente, no sé qué tan recordado sería el aniversario de AVA, pero de que hubo drama, lo hubo. Entre los berrinches de Alina, el beso de Tori con Inari y la pelea de ellas con Paula, solo esperaba que David no se viera afectado. Y tal cual, para cuando al fin despidió al último invitado su sonrisa era tan grande y satisfecha que me permití creer que todo estaría bien.

Nos envió a casa, dándonos el día siguiente libre para descansar y darle tiempo al equipo de limpieza que Tori contrató para que lo dejara todo como estaba.

Agotados, y sin ganas de seguir la fiesta, nos despedimos del personal, nuestros amigos se habían ido hacía rato. Sin pedir permiso me subí al Uber detrás de Tori, aún teníamos cosas pendientes por aclarar, cosas que podían esperar hasta mañana, porque en ese momento lo que más necesitaba era perderme en ella.

Entramos a su departamento, pasando directo a la habitación sin mediar palabra, sabía que ella se sentía igual que yo, que quería y necesitaba lo mismo. Una pausa.

De pie, en la oscuridad, la empecé a desnudar despacio, primero la blusa y el sujetador. Inclinó la cabeza de lado para darme acceso a su cuello, que besé y lamí de arriba abajo, mordisqueando el lóbulo de la oreja, mientras mis dedos trazaban círculos perezosos en sus pezones que se irguieron al primer contacto.

Luego, ella se aferró a la parte inferior de mi playera, sacándola por la cabeza y arrojándola a un extremo del cuarto. Me incliné para volver a besarla, su mano se aferró a mi hombro presionando hacia abajo, dictando una orden silenciosa, así que obedecí, me puse de rodillas. Le desabroché el short, deslizándolo hacia abajo junto con la diminuta tanga.

La atrapé mirando justo antes de besarle el abdomen y empezar a trazar un camino descendente de saliva. Sus dedos se enroscaron en mi cabello, otra orden, no, no era una orden, por el jadeo supe que se trataba de una súplica.

—Siéntate. —Mi voz sonó ronca, desesperada y hambrienta.

Lo hizo en el borde de la cama, le abrí las piernas, aún de rodillas, y con la boca salivando me fui acercando, listo para rendirle un homenaje cual diosa que era. La recorrí con la lengua de punta a punta, de arriba abajo, deleitándome con ese sabor tan suyo. Ella respondió con un gemido que me puso a mil, porque seamos honestos, hacía rato que estaba a cien.

Arqueó la espalda cuando succioné sus labios menores, sus dedos se aferraron con más fuerza a mi cabello, al tiempo que levantaba la cadera. Los gemidos que se le escapaban eran música para mis oídos.

Con ayuda de mi mano derecha le separé aún más los pliegues, para poder abrirme camino, tenía el clítoris más visible, casi podía escuchar la súplica proveniente de él. Ya llegaría. Tracé círculos lentos con la punta de mi lengua, siguiendo un camino invisible, aumentando la velocidad y la presión conforme el pulso de Tori se iba acelerando.

Sin poder contenerme, me animé a introducirle un dedo, un gruñido se escapó de mi garganta; metí un segundo dedo sin dejar de devorarla, llegando por fin al botón palpitante que besé con devoción, succioné en el momento en que flexioné mi dedos en su interior, encontrando con facilidad ese punto que al tocarlo la hizo poner los ojos en blanco, arquear la espalda y aferrar la sábana con ambas manos.

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora