21 - Tori

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La rubia, que por poco pensé que era virgen, salió detrás del idiota de Mateo, seguida al poco tiempo por Inari y Sebastián. Pablo al fin me dejó volver a pisar el suelo. Paula se acercó con una cara que podría ser de madre preocupada.

Mierda.

En un intento por acallar la voz de la culpa, empecé a recoger los cristales; mala idea, ya sé, pésima en realidad, me corté.

—Déjalo ahí —me regañó Pablo.

Paula, que al fin había salido del shock pospelea, se adentró en la cocina para buscar una escoba. Mi amigo me forzó a sentarme en el sillón, leyéndome desde las emociones de la cara hasta los pensamientos.

—Sabes que no fue tu culpa, ¿verdad?

—Sí. —Negué con la cabeza, claro que me sentía responsable.

—Tori. —Me tomó de la barbilla para forzar el contacto visual.

Sorprendentemente, Gertrudis se asomó de su baúl para darle la razón; eso era nuevo. Asentí, esta vez convencida.

—Bien, solo quería estar seguro. —Pablo me soltó para poder darme un abrazo. De pronto se acordó de que me había cortado, me levantó cogiéndome de la otra mano y me llevó hasta la cocina para enjuagar la herida.

—Todavía no puedo creer que su resentimiento durara tanto tiempo. —Suspiré, sintiendo un alivio instantáneo en la mano bajo el chorro de agua.

—La verdad, yo creo que no te odia, ni mucho menos —se rio ante mi expresión de asombro—, estaba ebrio. Y no, no es excusa. Por un lado sí creo que tenía el ego herido. Tu reputación le dio una idea errónea de ti, pero, he aquí mi teoría: creo que su preocupación por Sebastián era genuina. Es su amigo.

—Tú eres mi amigo y no te comportaste como un idiota con él.

—No sabes mucho de su pasado, qué tal que una ex jugó con él, qué tal que solo trataba de protegerlo a su retorcida y enferma manera.

—Puede ser, aun así...

—Ya sé, se comportó como el más imbécil de "Imbecilandia". Además, en todo caso, la culpa del pleito fue mía. Yo toqué la fibra sensible que lo puso como loco.

—Naaah, ya estaba decidido a hacerme la noche imposible.

—Sí, pero si yo no hubiera dicho eso tal vez se habría limitado a seguir con su par de juegos infantiles un rato y luego habría caído dormido y alcoholizado.

—No es tu culpa, Pablo. Él empezó.

—Tienes razón, además estaba en desventaja —sonrió—, no sabía de nuestra amplia experiencia con ese juego.

Ambos sonreímos.

Al voltear hacia la sala vimos a su hermana, que al fin había encontrado una escoba, barriendo los fragmentos de vidrio.

—Por lo menos dos personas aquí se divirtieron —susurró Pablo luego de agitar la cabeza en dirección a Paula.

—¿Tú también notaste que se fueron a besuquear? —pregunté.

—Claro que lo noté, sabía que esas dos iban a acabar liadas en cuanto se vieron. No me sorprendería que alguna de ellas no despertara en su cama mañana.

—¡No nos besuqueamos! —La voz elevada de Paula no hizo más que soltarnos la carcajada contenida.

—Pau —mi amigo se esforzaba en hablar—, todavía tienes la boca hinchada.

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora