26 - Sebastián

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Los frutos del trabajo de Tori no fueron inmediatos como todos pensamos, llegaron de a poco, igual que los clientes. Conforme los días pasaban, los seguidores aumentaban como el dinero de la caja registradora. El equipo creció en todas las áreas, Amaris tenía ahora cuatro personas en la cocina, Maité se convirtió en hostess junto con otra chica, Mateo tuvo dos nuevos compañeros con los que intercalaba turnos y hasta a mí me asignaron un ayudante que al poco tiempo se volvió aprendiz.

David me ofreció un día adicional de descanso, que podía tomar cuando quisiera, el cual acepté de buena gana y me vino como anillo al dedo ahora que tenía en mi poder una extensión de la tarjeta de Romi.

Mi mamá aprovechó mi visita para irse de compras, a nosotros nos pareció bien porque no queríamos que estuviera tomando notas de las conversaciones para darle un informe puntual a mi papá.

Le hablé de mi trabajo en AVA, de mis amigos y, por supuesto, de Tori que ni tarde ni perezosa me hizo prometer que la llevaría a la comida anual de los Ruiz a finales de octubre. Me preguntó por la lista y mis progresos, sonrió complacida al saber lo avanzada que estaba, y fue entonces cuando me dio la tarjeta que en un principio me negué a aceptar.

—Si me sales con eso de que el dinero no da la felicidad, te ahorcaré con el estetoscopio del doctor cuando regrese a revisarme.

—Es que no la da.

—No romantices la pobreza, Sebas. El dinero da seguridad, no hay nada de malo con trabajar ni luchar por salir adelante, pero no debes ser conformista. Me gusta eso de que estés trabajando, que quieras hacer las cosas por ti mismo, y no te digo que compres un departamento con mi tarjeta, porque, para empezar, el crédito no es tan grande, solo digo que la tomes. Por si acaso. Dale una sorpresa a esa chica.

¿Qué te digo? Con Romina Ruiz nunca se podía ganar una discusión.

En uno de esos días libres que tomé, invité a Tori a cenar a un restaurante de comida fusión italomexicana que Inari me recomendó. De saber lo que pasaría esa noche, mis últimas decisiones habrían sido distintas. No habría escuchado los consejos de mi amiga o, siendo más drásticos, no habría aceptado la tarjeta de Romi, habríamos cenado en un lugar menos ostentoso porque el sueldo que percibía no me daba para pagar una comida ahí.

Para ser justos, la cena estuvo bien, Tori como siempre iba preciosa con su vestido de punto color crema, sexy con las medias semitransparentes y tremendamente provocadora con las botas de tiro alto.

La comida estaba deliciosa; a cargo de un famoso chef que presumía con orgullo las no pocas menciones y alabanzas de los críticos, tanto expertos como amateurs. El lugar era elegante, con una iluminación tenue y cálida que provenía de las lámparas de araña del techo y las velas de la mesa. La vajilla era de porcelana y los cubiertos de plata. La música, cortesía de unos violinistas, aportaba el toque romántico a lo que pintaba ser una velada perfecta.

Y entonces a Tori se le ocurrió ir al baño.

¿Qué tiene de malo?, te preguntarás. Es normal, pensarás. Sí, lo mismo creí hasta que un grito agudo sacudió mis entrañas y dejó mis nervios a flor de piel, porque... conocía ese grito.

Lo había escuchado tantas veces antes, cuando se reencontraba con una amiga de la infancia, cuando la sorprendía al salir de su trabajo, en resumen, cuando la felicidad la tomaba por distraída: Alina.

Fue inevitable que me volteara con una sonrisa falsa y congelada en la boca, pensando que me había visto. No lo hizo, aún no. Fue peor. Se encontró con Tori justo en la salida del baño, antes de que ella pudiera entrar.

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora