• Amor verdadero

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El cielo estaba cubierto de nubes grises que amenazaban con desatar una tormenta en cualquier momento. La atmósfera reflejaba perfectamente la tristeza y el peso del día. En el cementerio, un grupo de personas vestidas de negro se reunía alrededor del ataúd de la madre de Fernanda. Las flores blancas y lirios adornaban el lugar, contrastando con la oscura vestimenta de los presentes y añadiendo un toque de pureza en medio de la tristeza.

Mayte, Isabel y Fernanda se encontraban juntas, sus rostros serios y sus posturas elegantes destacaban en medio de la multitud. Cada una de ellas mantenía una compostura firme e intimidante. Fernanda se mantenía erguida, mirando fijamente el ataúd, mientras recordaba los momentos difíciles que vivió con su madre. Mayte le sostenía la mano, trasmitiéndole un poco de apoyo. Isabel, a su lado, mantenía una expresión seria y cansada.

El sacerdote pronunciaba las últimas palabras mientras los asistentes escuchaban en silencio. El viento soplaba suavemente, agitando las hojas de los árboles cercanos. La ceremonia concluía y las personas empezaban a dispersarse, murmurando palabras de consuelo y ofreciendo abrazos para Fernanda, quien no se mostraba visiblemente afectada.

"Si esa persona fue capaz de matar a doña Carmen, no quiero ni imaginar lo que podría hacernos a nosotras", dijo Isabel con un tono de molestia y angustia mientras caminaban hacia donde estaban estacionados sus autos.

"No es momento para hablar de eso, Isabel", dijo Mayte en un tono firme y serio, mirando a su hermana con cierto enojo por su imprudencia.

Isabel hizo una seña de disculpa, y se subieron a sus respectivos autos, emprendiendo el camino hacia la firma. El silencio en el auto de Isabel era casi ensordecedor, roto solo por la suave melodía que se escuchaba a través de los parlantes.

Al llegar, Isabel se dirigió directamente a su oficina. Cerró la puerta tras de sí y se sirvió un vaso de whisky. El olor familiar del alcohol la hizo sentir una breve sensación de consuelo, aunque sabía que era efímera. Una de las secretarias entró con algunos documentos y comenzó a explicarle algo sobre un cliente que había estado preguntando por ella, pero las palabras de la secretaria se perdían en el aire.

Isabel, sin prestar mucha atención, bebía su whisky y se servía otro. La secretaria, notando su distracción, se preocupó y con su voz temblando ligeramente, le preguntó si estaba bien.

"No, no estoy bien. ¿No te das cuenta?", respondió Isabel con voz áspera, antes de tomar otro trago. La amargura en sus palabras era evidente, una mezcla de frustración y dolor que no podía ocultar.

En ese momento, uno de los abogados y amigo cercano de Isabel, pasaba por la oficina de ella y escuchó su tono alterado. La puerta estaba entreabierta, así que decidió entrar. Le pidió a la secretaria que los dejara solos, lo cual hizo de inmediato.

"Isa, ¿qué te pasa? ¿Por qué le hablaste así?," dijo él, tomándola suavemente de los hombros, su preocupación reflejada en sus ojos.

"Lo siento, Mauricio. No quise hablarle de esa manera. He tenido días muy difíciles y estoy más estresada de lo normal," dijo tras un suspiro profundo, sirviéndose otro trago.

Las manos de Isabel manos temblaban ligeramente mientras sostenía el vaso, y sus ojos estaban llenos de una angustia que no podía esconder.

"Te entiendo, Isa. Si necesitas hablar con alguien, estoy aquí para escucharte. Para eso están los amigos," dijo en un tono calmado, acariciando sus brazos, mirándola con una suave sonrisa que intentaba brindarle consuelo.

"Lo sé, gracias. Pero ahora no me pidas que esté tranquila ni nada, porque estoy muy mal," suspiró de nuevo, dando un sorbo a su trago y sentándose detrás de su escritorio.

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