• Verdad oscura

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Fernanda se encontraba en la recepción, organizando unos documentos que acababa de entregar a una de las secretarias. El ambiente estaba cargado del bullicio matutino habitual, con teléfonos sonando y empleados moviéndose de un lado a otro. Mientras ajustaba papeles, el sonido familiar de las puertas del elevador se abrió, y un hombre de postura erguida y expresión seria apareció en el umbral.

Al oír el ruido, Fernanda giró la cabeza y frunció el ceño al ver al hombre. Su presencia no era bienvenida, y su rostro reflejó claramente su irritación. Era el mismo policía que la había interrogado cuando su madre fue encontrada muerta. Él, con una sonrisa a medias que parecía más una mueca, avanzó hacia ella.

—A mí también me alegra mucho verla, señora Meade —dijo con una mezcla de ironía y seriedad.

Fernanda levantó una ceja y lo miró con desdén.

—¿Qué hace usted aquí? Si vino a decirme algo sobre lo que pasó con mi madre, no me interesa.

—No se preocupe, no vine a hablar de eso. Hay unos temas que necesito discutir con usted y con esposa.

—No hay nada que Mayte y yo debamos discutir con usted —respondió con dureza, dándose la vuelta.

—Yo creo que sí. Necesitamos discutir sobre las grandes sumas de dinero que ustedes le pasaban a Ricardo, por ejemplo.

Fernanda se tensó visiblemente, su expresión volviéndose seria. Se dio la vuelta, cambiando su semblante rápidamente.

—Pasemos a la sala de juntas. Mariana, dile a Mayte que la necesito urgentemente en la sala de juntas.

—Lo siento, señora Meade, pero la señora Lascurain me dijo que estaría muy ocupada y no quería interrupciones.

—¿Y a mí qué me importa? Soy la esposa de Mayte y puedo solicitarla cuando se me dé la gana —dijo con dureza, antes de girarse y marchar hacia la sala de juntas.

El hombre siguió a Fernanda con una mueca en su rostro, claramente no impresionado por la actitud brusca. Al entrar en la sala de juntas, Fernanda cerró la puerta con firmeza, añadiendo una capa de privacidad a la conversación que estaba a punto de desarrollarse. Se dirigió hacia una de las sillas y hizo un gesto para que el hombre se sentara. Él lo hizo sin protestar, y Fernanda se sentó también, su postura rígida.

—¿Es así como trata siempre a sus empleados, señora Maede? —preguntó el hombre con una mezcla de curiosidad y desdén.

—No creo que haya venido hasta aquí solo para saber eso, ¿o sí? —lo miró con frialdad.

El hombre negó con la cabeza, indicando que no era el motivo principal de su visita. Poco después, la puerta de la sala de juntas se abrió de nuevo, y Mayte entró. Observó al hombre con una mirada inquisitiva antes de volver su atención a Fernanda.

—¿Para qué me necesitas tan urgentemente, Fernanda? —preguntó Mayte, acercándose y tomando asiento.

El hombre se acomodó en su silla y comenzó a hablar.

—Mucho gusto, señora Lascurain. Soy el agente Javier Mendoza. Fui el policía que interrogó a su esposa cuando la señora del Valle fue encontrada muerta. Pero hoy estoy aquí para hablarles de otros temas.

Mayte alzó una ceja, visiblemente molesta por la interrupción en su apretada agenda.

—Si puede ser breve, se lo agradecería, agente Mendoza. Por si no lo sabe, somos mujeres muy ocupadas.

El agente asintió suavemente con la cabeza.

—Lamentablemente, tengo una mala noticia que darles. Anoche, Ricardo fue encontrado muerto en su casa.

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