• Incertidumbre

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Fernanda

El amanecer se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación donde descansábamos Mayte y yo. Fui la primera en despertar y observé a Mayte dormir plácidamente a mi lado. Una sonrisa se dibujó en mis labios mientras contemplaba la tranquilidad en el rostro de mi esposa. Me incliné con cuidado y le dejé un beso suave en los labios antes de levantarme silenciosamente de la cama.

Me dirigí al baño, disfrutando de una ducha rápida pero revitalizante. El agua tibia deslizándose por mi piel ayudó a despejar mi mente y a prepararme para el día que tenía por delante. Al terminar, me sequé con una toalla suave y me miré en el espejo, notando el brillo renovado en mis ojos. Elegí un conjunto elegante pero cómodo y arreglé mi cabello con esmero. 

Una vez lista, bajé al comedor, donde María, la empleada, ya había preparado el desayuno. El aroma del café recién hecho y de las frutas frescas me dio una cálida bienvenida al nuevo día.

—Buenos días, María —la saludé con una sonrisa, agradeciendo internamente la diligencia y el cuidado con que siempre preparaba todo.

—Buenos días, señora Fernanda. ¿Le sirvo el desayuno ahora?.

—Sí, por favor. Pero no le sirvas a Mayte, está descansando y no quiero despertarla.

María asintió y comenzó a servirme el desayuno. Me ofreció una variedad de frutas frescas cortadas en cubos perfectos, un vaso de jugo de naranja recién exprimido y una taza de café humeante que llenaba la sala con su aroma tentador.

Terminé mi desayuno y me dirigí hacia el garaje, donde mi auto me esperaba. El trayecto hacia la casa de Isabel fue rápido; las calles estaban tranquilas y yo conducía con confianza, sintiendo el suave ronroneo del motor bajo mis pies y la brisa matutina que entraba por la ventana entreabierta. Al llegar, fui recibida por Marcela, quien me saludó con una sonrisa fingida.

—Buenos días, señora Fernanda. Pase, por favor —dijo Marcela, abriéndome la puerta.

Entré, agradecida por la bienvenida, y dirigí mi atención a Marcela.

—¿Cómo está Isabel? ¿Está despierta? —le pregunté, cruzando los brazos y levantando una ceja.

—Sí, está un poco mejor. Hace un rato fui a darle su medicación y está despierta.

Asentí en respuesta y subí las escaleras hacia la habitación de Isabel. Me detuve frente a la puerta y toqué suavemente antes de entrar. Al verme, Isabel sonrió débilmente; su rostro aún mostraba signos de cansancio, pero había un brillo de alivio en sus ojos.

—Hola, mi Ila —la saludé con cariño, acercándome a la cama y dejándole un beso en la mejilla.

—Hola, negri —respondió, correspondiendo a la muestra de afecto con una sonrisa.

Me senté a su lado, tomando suavemente su mano entre las mías.

—Marcela me dijo que ya estás un poco mejor. Me alegra saberlo.

Isabel suspiró y miró hacia la puerta antes de hablar en un tono conspirador.

—No confío en Marcela, Fer. Creo que quiere volverme loca.

Suspiré también y apreté suavemente la mano de Isabel.

—Antes de dormir, Mayte me contó más o menos lo que pasó. No creo que ella quiera volverte loca. Pero no hablemos de eso. Vine a verte para decirte que Mayte ya sabe que te devolví la caja con las cosas de tu noviazgo con Rodrigo.

—¿Cómo sabe Mayte eso? Esa caja está escondida en mi oficina.

—Vino a buscar una carpeta que necesitaba Mauricio, pero como estabas dormida, fue a buscarla ella misma. Algo así me explicó; Mayte estaba pasadita de copas.

La caja de Pandora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora