• Reencuentro

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Marcela

Cuando llegamos a la cabaña, el ambiente estaba cargado de tensión. Isabel me tomó del brazo con fuerza, y sentí el frío metal del arma en mi espalda mientras ella me guiaba hacia la puerta. Isabel la abrió con un tirón brusco y nos adentramos en la casa.

La luz interior era tenue, pero suficiente para delinear la figura imponente de Alejandro, que estaba de pie frente a nosotros con un arma en la mano. Sonreí aliviada.

—No me interesa saber cómo llegaron a esa situación. Pero sera mejor que sueltes a
Marcela —dijo Alejandro en un susurro frío.

Isabel lo miró con desdén, su expresión impasible, apuntando el arma más fuerte hacia mí.

—No tengo por qué hacerte caso. Puedo dispararle y, seguro, tú me dispararas a mí. Así que es mejor que lo hagas de una vez, porque no voy a soltarla.

—Eres bastante inteligente, pero también bastante estúpida —dijo Alejandro —Podría matarte ahora mismo, pero viene alguien muy especial que quiere verte, así que no puedo hacerlo.

—¿Quién viene? —pregunté, tratando de entender —Se supone que solo somos nosotros dos en esto.

Alejandro me lanzó una mirada severa, su paciencia estaba claramente agotada.

—No hagas preguntas —ordenó, luego se volvió hacia Isabel —Suelta a Marcela.

En ese instante, el sonido de un coche se filtró a través de las paredes de la cabaña. Isabel se apartó de la puerta, pero el arma seguía apuntando hacia mí. El sonido de pasos se acercaba, y la puerta se abrió lentamente, revelando a Mayte y Fernanda. La sorpresa en sus rostros era evidente, pero no dijeron una palabra.

La puerta se abrió aún más y, para mi horror, allí estaba él. Mis piernas temblaban y mi mente se nublaba con la incredulidad.

—¿Rodrigo? —preguntamos Isabel y yo al unísono.

El mundo pareció detenerse en ese momento. No podía creer lo que veía. Mi mente luchaba por asimilar la presencia de Rodrigo, y sentí como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. Mis ojos se llenaron de lágrimas y el dolor se hizo más agudo.

Isabel se apartó de mí, claramente sorprendida, y yo no podía apartar la vista de Rodrigo. Mis emociones se desbordaron. Sin pensarlo, caminé rápidamente hacia él. La furia acumulada en mí encontró una salida mientras lo cacheteaba con fuerza.

—¡Eres un maldito! —grité, mi voz rota por la ira —¡Los dos son unos malditos! ¡Me usaron solo para esta estúpida venganza! ¿Por qué mierda nunca me dijeron que estabas vivo?.

El llanto se mezclaba con mi furia mientras golpeaba su pecho con mis puños. Cada golpe era una liberación de mi dolor y mi rabia. Rodrigo me detuvo con una fuerza implacable, tomando mis muñecas con una presión dolorosa, inmovilizándome frente a él.

—Deja el drama y no te quejes —dijo, su voz era dura y fría —También querías vengarte.

Mi llanto se intensificó, y la desesperación invadió cada rincón de mi ser. Miré a Rodrigo con odio y tristeza.

—Porque el imebecil de tu hermano me convenció —respondí.

—¿Hermano? —intervino Mayte, mirando a Alejandro —Siempre tuve razón al desconfiar de ti.

Me aparté bruscamente de Rodrigo, mi furia y dolor aún ardían intensamente. Lo miré con una mirada de odio mientras seguía llorando, las lágrimas cayendo libremente.

—Me equivoqué, fui una estúpida —le dije con voz temblorosa —El único culpable de mi sufrimiento eres tú. ¡Por tu culpa perdí a mi hijo!.

Rodrigo me miró con desdén, y su rostro se tornó en una mueca de furia.

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