• Infierno

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1976

El rugido ensordecedor de las llamas resonaba por doquier, acompañado por el inquietante crepitar de la madera mientras el fuego devoraba la casa. Isabel y Mayte, presas del miedo, se aferraban la una a la otra, sus figuras diminutas temblando en la oscuridad de la noche. El humo se elevaba en espirales hacia el cielo estrellado, un sombrío testimonio del desastre que se desarrollaba ante sus ojos. Las lágrimas surcaban sus rostros, mezclándose con el sudor y la suciedad que el caos había traído consigo. El penetrante olor a quemado saturaba el aire, impregnándolo con una mezcla agobiante de pánico y desesperación.

Todo había comenzado con un ligero chasquido, apenas perceptible en medio de la noche. Isabel, alertada, se había levantado de un salto de su cama para investigar. Al abrir la puerta de su habitación, el humo la había golpeado de lleno. Corrió hacia la cama de Mayte, sacudiéndola para despertarla.

"¡Mayte! ¡Despierta! ¡La casa se está quemando!", gritó Isabel, su voz temblando de pánico.

Mayte abrió los ojos con dificultad, aún atrapada en las sombras del sueño. Pero el olor a humo y el pánico reflejado en el rostro de Isabel la sacaron completamente de su letargo. Juntas, se levantaron de la cama y corrieron hacia la puerta, pero el pasillo ya estaba lleno de humo.

"¡Tenemos que salir por la ventana!", tosió Mayte mientras hablaba. Isabel asintió con determinación y ambas se dirigieron hacia la ventana.

El viento frío de la noche las golpeó con fuerza, un contraste brutal con el calor sofocante que emanaba del incendio. Asomaron la cabeza por el borde, sus corazones latiendo con una mezcla de miedo y ansiedad. La caída no era demasiado alta, pero el temor las mantenía paralizadas, hasta que finalmente se decidieron a lanzarse.

Una vez fuera, corrieron desesperadamente hacia el jardín delantero, alejándose del alcance de las llamas devoradoras. Desde allí, observaron impotentes cómo su hogar se consumía en el fuego. Las llamas se alzaban hacia el cielo nocturno, iluminando la oscuridad con su resplandor infernal. Los gritos de sus padres se perdían entre el caos, mezclándose con el rugido ensordecedor del incendio.

El fuego se propagaba rápidamente, avivado por la estructura de madera de la casa. Las cortinas ardían, los muebles crujían bajo el asedio del fuego. El tejado comenzaba a desmoronarse, lanzando chispas y brasas incandescentes al aire. Las llamas danzaban y rugían vorazmente, devorando todo a su paso con una ferocidad indomable.

Los bomberos llegaron con prontitud, desplegando mangueras y lanzando agua sobre las llamas voraces, pero estas parecían resistirse tenazmente a sus esfuerzos. Una brigada se aventuró valientemente dentro de la casa, desafiando el calor abrasador y el peligro en un intento desesperado por salvar a quienes se encontraban dentro.

Horas después, cuando por fin el fuego fue sofocado, Isabel y Mayte se encontraron sentadas en la acera, envueltas en mantas proporcionadas por los bomberos. El humo aún se cernía en el aire, y el penetrante olor a quemado impregnaba todo a su alrededor. Un bombero se les acercó con una expresión de profunda tristeza.

"Lo siento mucho, chicas. No pudimos salvar a sus padres", dijo con voz grave y compasiva.

Las palabras del bombero cayeron como un martillo sobre ellas. Isabel y Mayte se miraron mutuamente, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación. El mundo que conocían se había derrumbado, el suelo bajo sus pies se había vuelto inestable. Sus padres habían muerto, llevándose consigo cualquier sensación de seguridad y hogar.

Un oficial de policía se les acercó, acompañado por una trabajadora social, ofreciéndoles palabras de consuelo. Los oficiales recogieron sus testimonios, tratando de reconstruir los eventos que llevaron al trágico incendio.

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