• Frente a frente

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Isabel

No podía creer lo que veía. Mi mente luchaba por asimilar la realidad que tenía frente a mis ojos. Sentía una rabia y una impotencia que me quemaban por dentro, una sensación que nunca antes había experimentado. Ahí estaba él, Alejandro, el hombre que me había hecho creer en el amor de nuevo.

—Sí, Isabel, soy yo. No tienes idea de lo feliz que me hace verte así —dijo Alejandro con voz fría.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y el dolor se mezcló con la confusión y el enojo. No entendía qué estaba pasando.

—¿Por qué? ¿Por qué has hecho todo esto? ¿Por qué nos estás haciendo sufrir de esta manera?.

Alejandro se acercó lentamente, arrodillándose frente a mí. Pude ver la determinación en sus ojos, una chispa de locura que nunca antes había notado. A pesar de la situación, no pude evitar notar la intensidad de su mirada, un rastro de pasión mal dirigida.

—Porque ustedes me quitaron lo único que tenía en la vida, mi hermano, Rodrigo.

Mis pensamientos se volvieron un torbellino. La incredulidad me invadió y sentí cómo la confusión se apoderaba de mí.

—No, eso no puede ser —balbuceé —No puedes ser hermano de Rodrigo.

—Sí, lo soy... Rodrigo era mi hermano, y ustedes lo mataron, deshaciéndose de él como si fuera cualquier cosa.

Miré a Marcela, quien aún estaba parada a un lado de Alejandro, y vi cómo las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. Alejandro se levantó y continuó hablando, mirándome con resentimiento.

—Han sido muchos años preparándome para esto, Isabel. Muchos años planeando cada detalle, y por fin te tengo bajo mi poder. Solo faltan Mayte y Fernanda.

Respiré hondo, tratando de mantener mi compostura firme. No podía dejar que el miedo me dominara. Necesitaba entender más, necesitaba tiempo para pensar.

—¿Qué te garantiza que te saldrás con la tuya? —le dije, mirando sus ojos llenos de odio.

Alejandro rió sarcásticamente y se acercó aún más, casi tocando mi rostro con el suyo.

—Tengo todas las de ganar, Isabel. Y ustedes, todas las de perder. Mírate, estás secuestrada, indefensa. No hay nada que puedas hacerme, primero porque no puedes y segundo porque no eres capaz.

Sonreí, una sonrisa amarga y desafiante.

—Fui capaz de dispararle a Rodrigo y de arrojar su cuerpo a un río —le respondí con frialdad —¿De verdad crees que no seré capaz de hacerte algo a ti?.

La furia se reflejó en sus ojos mientras me agarraba por el rostro, sus dedos clavándose en mi piel. Su toque era inesperadamente íntimo, una mezcla de ira y cercanía que me hacía sentir incómoda y confundida.

—No te hagas la fuerte, Isabel —dijo con veneno —Este es tu fin y el de Mayte y Fernanda.

Me soltó bruscamente y se dio la vuelta. Sus palabras resonaban en mi mente, pero no podía dejar que el miedo me consumiera.

—El que ríe al último, ríe mejor, Alejandro —dije con voz firme —No te confíes tanto.

Alejandro me lanzó una última mirada antes de salir de la cabaña. Suspiré, tratando de calmar mi corazón acelerado. Volteé mi mirada hacia Marcela, quien seguía llorando en silencio.

—¿Por qué haces esto? —le pregunté, mi voz llena de desesperación —¿Qué tienes tú que ver en todo esto?.

Marcela tomó una silla que estaba a un lado y la puso frente a mí, luego se sentó, mirándome directamente a los ojos. Su cercanía era abrumadora, y el contraste entre su tristeza y su cercanía creaba una tensión palpable.

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