• Misterios ocultos

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El bar Euforia se preparaba para una velada especial, una presentación que prometía ser inigualable. Las luces parpadeaban mientras los técnicos ajustaban los últimos detalles, y el murmullo de la anticipación se mezclaba con la música que salía de los altavoces. En el escenario, varias mujeres ensayaban sus coreografías, moviéndose con gracia y precisión bajo la mirada atenta de sus instructores. El ambiente estaba cargado de energía, con cada movimiento de las bailarinas sincronizándose perfectamente con los ritmos que resonaban en el espacio.

Ricardo empujó la puerta del bar y se encontró inmerso en ese bullicio organizado. Observó a su alrededor, tomando nota de cada detalle, desde la disposición del escenario hasta las salidas de emergencia. No pasó mucho tiempo antes de que la dueña del bar, una mujer con una presencia imponente y una mirada aguda, lo viera y se acercara a él.

—Buenas tardes, caballero. ¿En qué puedo ayudarlo? ¿Viene a ver el show? Porque llegó bastante temprano; es por la noche.

Ricardo negó con la cabeza, sacando su celular del bolsillo.

—No, no vengo a ver ningún show. Estoy aquí para hablar con una de sus bailarinas —respondió, mostrando una foto en su teléfono.

La mujer echó un vistazo y su expresión cambió de inmediato, reconociendo a la bailarina.

—¿Quién es usted? —preguntó, fijando sus ojos en Ricardo —¿Y por qué quiere hablar con ella?.

Ricardo esbozó una sonrisa y sacó su placa de policía. La mujer tragó saliva, visiblemente nerviosa al ver la insignia.

—Soy el agente Ricardo Zambrano. Necesito hablar con ella sobre un accidente en el que está involucrada —explicó con tono firme, guardando nuevamente su placa.

La mujer asintió lentamente, mirándolo con cautela antes de hacerle una seña para que la siguiera. Lo condujo a través del bar, esquivando cables y equipos de sonido, hasta la parte trasera del escenario, donde más mujeres ensayaban. El ambiente allí era más relajado pero no menos profesional; las bailarinas charlaban entre ellas y practicaban movimientos frente a espejos de cuerpo entero.

Se acercaron a una mujer que practicaba unos pasos complejos frente al espejo. La dueña del bar le hizo una seña, y ella, confundida, dejó de moverse y se acercó. Observó a Ricardo con curiosidad y desconfianza.

—Daniela, este señor es policía y te está buscando. —dijo la mujer, mirándola visiblemente molesta.

Ricardo dio un paso adelante, extendiendo la mano en un gesto formal.

—Soy el agente Ricardo Zambrano, y estoy a cargo de la investigación del accidente de la señora Isabel Lascurain.

Daniela tragó grueso, visiblemente nerviosa. Ricardo notó cómo sus manos temblaban ligeramente y cómo su voz vacilaba al intentar hablar.

—Yo... no sé quién es esa señora. Lamento mucho lo que le haya pasado, pero yo no sé nada.

Intentó dar la vuelta para marcharse, pero Ricardo la detuvo con firmeza, su mano en el hombro de ella.

—La noche del accidente, Isabel pasó el rato con usted. Cuando le hicieron unos exámenes, encontraron droga en su cuerpo —afirmó, manteniendo su mirada fija en los ojos de Daniela.

Daniela se dio la vuelta de nuevo, soltando un suspiro que dejó ver aún más su nerviosismo. Sus ojos evitaban los de Ricardo, y su respiración se hizo más rápida.

—Yo paso el rato con tantas personas aquí que es imposible recordar quiénes son. Y muchas de las personas que vienen están drogadas. Esa señora no debió ser la excepción.

La caja de Pandora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora