• Venganza

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Sábado, 14 de Marzo de 2002

Alejandro

Rodrigo había llegado por la tarde a mi casa, completamente histérico. La noticia de la boda de Isabel no le había caído nada bien. Lo observé caminar de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Decidí sacar una botella de tequila y unos vasitos, esperando que el alcohol ayudara a calmarlo. Serví dos tragos y le pasé uno, pero Rodrigo lo rechazó con un gesto brusco.

—Rodrigo, tienes que calmarte —le dije, intentando mantener la voz serena.

Me miró con los ojos desorbitados, llenos de desesperación.

—¡No puedo! ¡No puedo calmarme! Isabel tiene que estar conmigo, ¡no puede casarse con ese imbécil! —gritó, su voz quebrándose.

Suspiré, tomando un sorbo de tequila. Sabía que la situación era difícil, pero no veía otra salida más que intentar razonar con él.

—Lo siento mucho, de verdad. Pero tienes que aceptar la decisión que Isabel tomó. Ella ha elegido a otra persona, y tienes que respetarlo.

Rodrigo negó con la cabeza, sus manos temblando de rabia.

—No, no voy a aceptar eso. Isabel va a ser mía, y de eso me encargaré ahora —dijo, con una determinación que me heló la sangre.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté, intentando disimular mi preocupación.

Rodrigo no respondió. Se dio la vuelta y salió de la casa, dejándome con un nudo en el estómago. Rápidamente, agarré las llaves de mi auto y mi celular, y salí corriendo detrás de él.

—¡Espera! Yo te acompaño —dije, alcanzándolo antes de que llegara a la calle.

Me miró por un momento, y luego asintió. Ambos nos subimos a mi auto, y encendí el motor.

—¿A dónde vamos? —pregunté, mis ojos fijos en la carretera.

—A la casa de Isabel. Yo te guío —respondió Rodrigo, con la voz firme.

Suspiré y conduje siguiendo sus indicaciones. El trayecto fue tenso, y no dejaba de pensar en lo que podría pasar. Llegamos a la casa de Isabel, y estacioné cerca. Cuando Rodrigo iba a bajarse, lo detuve.

—Espera, ahí está Isabel —dije, señalando hacia la puerta.

Ambos la vimos salir y dirigirse hacia un auto que reconoció como el de la hermana de Isabel. Una mujer morena salió del auto y ayudó a Isabel a guardar algunas cosas en el auto. Luego, ambas se subieron y arrancaron. Decidí seguirlas a una distancia prudente, intentando ser lo más discreto posible.

El camino se hizo largo y sentía la tensión en el aire. Miraba de reojo a Rodrigo, quien no dejaba de observar fijamente el auto de la hermana de Isabel.

—Hermano, lo mejor sería devolvernos —sugerí, con una mezcla de preocupación y cansancio.

—No, las vamos a seguir hasta donde vayan —respondió Rodrigo, sin apartar la vista del auto.

La noche comenzaba a caer cuando llegaron a una cabaña antigua pero bien cuidada. Aparqué a una distancia considerable y ambos nos quedamos observando. Vimos cómo Isabel y las otras dos mujeres bajaban con algunas cosas, entrando a la cabaña. El tiempo pasaba lento y sentía que el aire se volvía cada vez más denso. Rodrigo rompió el silencio.

—Espérame aquí, voy a buscar la manera de entrar por la parte de atrás —dijo, preparándose para bajar del auto.

—No vayas a hacer ninguna locura, Rodrigo. Quédate aquí, por favor.

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