• Corazón destrozado

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Isabel se encontraba en su habitación, de pie frente al espejo. Se aplicaba un maquillaje sutil, realzando sus ojos con un toque de delineador y máscara de pestañas. Sus labios llevaban un tono rosa suave que complementaba su piel luminosa. Eligió un vestido elegante pero cómodo, en un tono azul marino que abrazaba su figura sin ser demasiado ajustado. Observó su reflejo, satisfecha con su elección. Decidió agregar unos artes sencillos de perlas y su reloj favorito. Tomó un respiro profundo antes de salir, sintiéndose ligeramente nerviosa.

Al llegar al restaurante, vio cómo las luces cálidas del lugar creaban un ambiente acogedor y elegante. Entró y sus ojos recorrieron el espacio, observando a las parejas que ya estaban disfrutando de sus cenas. Finalmente, encontró a Rodrigo, sentado en una mesa cerca de la ventana. Él la vio y se levantó, esbozando una sonrisa amplia y genuina. Isabel caminó hacia él, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, él la saludó con un beso en los labios, suave y cálido. Luego, con una sonrisa traviesa, le entregó un ramo de rosas rojas.

—Para ti, mi amor. Estás bellísima —dijo Rodrigo, sus ojos brillando con ternura.

Isabel sonrió, agarrando el ramo. Se sentaron y casi de inmediato, un mesero llegó con una botella de vino blanco, sirviéndoles antes de retirarse discretamente. Rodrigo levantó su copa, mirándola fijamente. Isabel sonrió y chocaron sus copas, el tintineo del cristal llenando el aire. Tras tomar un sorbo, Isabel no pudo evitar la curiosidad que la había estado rondando todo el día.

—He estado todo el día preguntándome cuál es el motivo de esta cita. Sé que hay algo detrás —dijo, su voz suave pero inquisitiva.

Rodrigo dejó su copa sobre la mesa y tomó las manos de Isabel entre las suyas, dejándoles un beso antes de levantarse. Con un movimiento fluido, sacó una pequeña caja roja de su bolsillo y se arrodilló frente a ella. Isabel sintió cómo su respiración se detenía por un segundo.

—Mi amor, quiero pasar el resto de mi vida contigo. ¿Quieres casarte conmigo? —preguntó, abriendo la caja para revelar un anillo de compromiso deslumbrante.

Los ojos de Isabel se abrieron con sorpresa. No sabía qué decir, sus pensamientos se atropellaban en su mente. Finalmente, le agarró las manos y lo miró a los ojos.

—Rodrigo, por favor, siéntate —le pidió, su voz un susurro.

Rodrigo, con una expresión de desconcierto, se sentó de nuevo.

—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó, su tono lleno de preocupación.

—No me parece bien que me prepongas matrimonio cuando tú aún estás casado y estás esperando un hijo.

—Lo sé, mi amor. Pero el divorcio ya está en marcha y me haré cargo de mi hijo. Te lo prometo.

Isabel se quedó pensando por unos minutos, mirando el anillo. Finalmente, sonrió y le miró con ternura.

—Acepto casarme contigo, Rodrigo, pero no todavía. Tienes que comprender que nunca me imaginé casada, y tú tienes que arreglar tu situación con tu ex pareja.

Rodrigo asintió, comprendiendo su postura. Le dedicó una sonrisa suave, sacó el anillo de la caja y se lo colocó en el dedo. Luego, la tomó delicadamente de la barbilla y la besó tiernamente.

La cena continuó entre charlas animadas, risas y copas de vino. Isabel se sintió más relajada, disfrutando de la compañía de Rodrigo y de la perspectiva de un futuro juntos, aunque con las complicaciones que eso traería.

Al día siguiente, Isabel se levantó temprano con una sensación de determinación. Decidió citar a Mayte y Fernanda en su casa para anunciarles la propuesta de matrimonio. Pasó la mañana preparando un desayuno especial, queriendo hacer de la ocasión algo memorable. Ellas llegaron puntuales, como siempre. Isabel las recibió con abrazos y besos en las mejillas.

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