• Celos desatados

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Mayte

Me desperté antes de lo habitual, con una inquietud que no podía explicar. Extendí la mano hacia el lado de la cama donde Fernanda debería estar, pero mi mano solo encontró sábanas frías. Me incorporé lentamente, sintiendo una ligera punzada de preocupación. Aún era temprano y, recordando que anoche, cuando me levanté para ir al baño, no la vi en ningún lugar, la preocupación se intensificó.

Me levanté, me puse la bata de seda y bajé las escaleras, sintiendo el frío del mármol bajo mis pies descalzos. A medida que descendía, un aroma delicioso me envolvió: el olor inconfundible del desayuno recién hecho. María siempre tan eficiente, supuse que había estado ocupada en la cocina desde temprano.

Al llegar al comedor, fruncí el ceño ante la inesperada vista. Fernanda estaba de pie, sirviendo el desayuno con una sonrisa radiante. La luz de la mañana entraba por las ventanas, iluminando su figura de manera casi etérea. Me acerqué, aún algo confundida, y le di los buenos días.

—Buenos días, amor —dije, tratando de sonar casual.

Fernanda me respondió con una sonrisa que parecía iluminar la habitación. Se acercó, envolviéndome con un abrazo y dejando un beso suave en mis labios antes de dirigirse nuevamente a la cocina.

—Buenos días, mi vida —respondió antes de volver a su tarea.

La observé con atención, intentando entender qué estaba ocurriendo. Hacía mucho que Fernanda no cocinaba, y nuestra rutina matutina rara vez incluía este tipo de sorpresas. Me acerqué mientras vertía café en una taza.

—¿Qué es todo esto, Fer? —pregunté, intentando no sonar demasiado desconcertada— Hace tiempo que no cocinabas.

Fernanda se encogió de hombros con una sonrisa.

—Bueno, no he tenido mucho tiempo últimamente con todo lo del trabajo y lo que está pasando en nuestras vidas —dijo mientras se servía café—. Pero quería consentir a mi esposa hoy.

Se sentó a mi lado, tomando un sorbo de su café, y me miró con esos ojos que siempre me desarmaban. A pesar de sus palabras, había algo que no encajaba.

—Dime la verdad, ¿por qué estás haciendo todo esto? —le pedí, mi voz saliendo más seria de lo que pretendía.

Fernanda sonrió de nuevo, esta vez con un destello de diversión en sus ojos.

—Por nada en particular, amor. Solo quería preparar un buen desayuno para nosotras. Y pensaba que podríamos ir a ver a Isabel más tarde.

Asentí, aún dudosa, pero decidí no insistir por el momento. Nos dispusimos a comer en un silencio cómodo, aunque mi mente seguía trabajando a toda velocidad, intentando entender. Después de terminar el desayuno, Fernanda se levantó y anunció que iría a buscar unos documentos en la oficina en casa. Asentí y comencé a recoger los platos, sumida en mis pensamientos.

Mientras lavaba los platos, vi que el celular de Fernanda se encendió con una llamada entrante. Lo agarré, más por instinto que por otra cosa, y leí el nombre en la pantalla: "Héctor". No conocía a nadie con ese nombre en la vida de Fernanda. La curiosidad me invadió, y, casi sin pensarlo, contesté la llamada, manteniéndome en silencio.

—Fernanda, necesito verte. Sé que no debería llamarte así de imprevisto, pero es urgente. ¿Podemos vernos en la cafetería cerca de la firma?

El nudo en mi estómago se apretó, y sentí una rabia inmensa comenzar a burbujear dentro de mí. Tragué grueso, intentando calmarme, y, buscando imitar la voz de Fernanda, respondí.

—Sí, nos vemos allí por la tarde.

Colgué la llamada y dejé el celular donde estaba, respirando hondo para calmarme. Seguí recogiendo la mesa, aunque mis manos temblaban ligeramente. Fernanda regresó poco después, con una carpeta de documentos en la mano, notando mi inquietud.

La caja de Pandora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora