Capitulo 21: "Cena".

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Las cosas no suceden porque sí.
Eso fue lo que me tiró Kathy esta vez, con esa cara de que ya había resuelto el mundo.

Cada cosa que yo decía, ella le encontraba una justificación. Que todo tenía sentido, que había señales, que el universo... y bueno, según ella ese era su rol como amiga. A veces me daban ganas de decirle que se calmara con las películas, pero otras veces, la verdad, necesitaba creerle.

Y ahí estábamos, preparándonos para ir a cenar con toda la familia de Manuel. No les voy a mentir: me temblaban las manos. No sabía si esto era una cita, una presentación formal o simplemente una cena... y esa incertidumbre me tenía el pecho apretado. Todo era raro. Quería llorar, reír, salir corriendo. Un caos, como todo últimamente.

Me miré al espejo una vez más. Me había puesto un jean, una camisa blanca y había dejado el pelo suelto, con los rizos bien marcados. Me sentía medio disfrazada, pero también quería verme linda.

Felipe estaba divino, con ese jean ancho que le queda tan bien y una remera básica negra. Tan simple y tan él.

Tomé nuestras cosas, y de la mano de Felipe bajamos al lobby a esperar.

...

Cuando Manuel apareció en el hotel, me temblaron un poco las rodillas. Íbamos a cenar en su barco. Repito: su barco. ¿Quién soy?

Cuando llegamos, el lugar estaba lleno de luces, todo decorado, y no pude evitar que se me viniera a la cabeza aquella vez... sí, esa vez. Me ardieron las mejillas.

—¿Listos? —me dijo, extendiéndome la mano.
La tomé sin pensar mucho, mientras Felipe caminaba agarrado de la otra.

Al llegar al yate, vi a una mujer de unos cincuenta años parada cerca de la entrada. La había visto en algunos partidos, así que la reconocí al toque. Estaba sentada con un señor de más o menos su misma edad, y charlaban animados con un pibe de veinticinco, ponele.

Cuando nos vio entrar, se paró enseguida y vino directo hacia nosotros.

—Ay, ¡llegaron! —dijo con una sonrisa que desbordaba entusiasmo. Me abrazó como si ya me conociera de antes—. Por fin los conocemos.

—Mirá lo que es este bomboncito, Miguel —se agachó a la altura de Felipe, que le sonrió medio tímido y se escondió atrás de mis piernas.

—Mabel, no lo asfixiés —dijo un morocho que se acercaba con paso relajado y cara de pícaro—. Soy Hernán, el hermano de este —señaló a Manuel mientras me daba un beso en la mejilla—. Si no le encontrás parecido, es porque este es adoptado —agregó, y le pasó un brazo por encima del hombro a Manuel, despeinándolo.

—Basta, niños —los rezongó Mabel, mientras me tomaba del brazo—. Vení, linda, pasá. Dejá a estos cavernícolas acá afuera.

Tomé la mano de Felipe y me senté, subiéndolo sobre mi regazo. Me costaba soltarlo en estos momentos. Supongo que me daba un poco de seguridad tenerlo cerca, como si él fuera mi escudo.

Vi cómo Manuel y su hermano se acercaban con una complicidad que me hizo sonreír.

—¿Y el facha no tiene nombre? —preguntó Hernán, curioso, mirando a Felipe, que lo observaba con cara de "a vos no te conozco, flaco".

—Dejalo, tarado —le dijo Manuel, dándole un codazo suave que hizo reír a Felipe.

Y ahí pasó: Felipe estiró los brazos hacia Manuel, que lo alzó como si fuera lo más natural del mundo. Los tres se alejaron riéndose, y a mí se me estrujó un poquito el corazón. Algo en esa escena me hizo bien.

...

La cena fue tranquila. Cálida. Mabel era un amor: dulce, simpática, de esas mujeres que te hacen sentir cómoda al toque. Se notaba que vivía por y para su familia. Miguel, su esposo, tenía cara de serio, pero en cuanto se soltaba, te podías quedar hablando horas. Hernán, por su parte, era un show. Más grande que Manuel, pero con una energía que no se agota. Se notaba que le ponía onda a todo.

Los miraba jugar con Felipe, tratando de enseñarle un juego de mesa. Hacían trampa para dejarlo ganar, le festejaban cada cosa, y las carcajadas eran contagiosas.

—Es un niño muy dulce... —dijo Mabel, sentándose a mi lado con dos tazas de café. Me pasó una y yo le sonreí mientras miraba lo feliz que estaba mi hijo—. Se nota que estás haciendo un gran trabajo...

Tragué saliva. No sabía qué decirle. Me emocionó.

—Lo intento —respondí bajito, con una sonrisa que me salió mezclada con un suspiro. Justo en ese momento, Manuel y Felipe chocaron las manos porque habían ganado.

—Gracias... —dijo de pronto Mabel, tomándome la mano.

La miré, desconcertada. No entendía por qué me agradecía.
Pero entonces vi su cara. Esa luz en los ojos. Miraba a Manuel, que jugaba con Felipe, como si viera algo nuevo en él.

—Los torneos son un caos para Manuel —dijo, y su voz tenía esa mezcla de orgullo y alivio—. Siempre hay peleas, presión, cosas feas... Pero este es diferente. Sin líos, sin ataques. Y sería tonto negar que es gracias a vos. A ustedes —y con un leve gesto de la cabeza, los señaló a ellos dos.

Y ahí sí, no dije nada. Porque me temblaba la garganta. Porque no sabía si esto era el principio de algo o solo una noche linda.
Pero por un rato, por ese ratito, me dejé llevar. Y me creí que tal vez, solo tal vez, las cosas sí pasaban por algo.

"El desastre que dejas" | Manu. UDonde viven las historias. Descúbrelo ahora