35.

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Matthew.

—Estoy bien. —repite Juliette por enésima vez, pero sus ojos reflejan todo lo contrario y... ¡Joder! Odio que me mienta.

Mi primo se acerca, y toca su frente.

—Creo que tiene fiebre. —comenta.

Ella solo se enrolla en la cobija, haciéndose una bolita en el sofá. Desde que llegamos a mi departamento, no ha pronunciado ni una sola palabra sobre lo sucedido, y estoy entrando en desesperación. Sin embargo, soy consciente de que debo entenderla y no presionarla mucho. Tal vez tenga miedo y por eso no quiera decirme nada, pero es imposible no preocuparse.

Su silencio es como un abismo oscuro que amenaza con tragarnos a ambos.

La habitación está cargada de tensión. El aire es denso, como si cada palabra no dicha pesara toneladas, empezando porque estoy seguro que mi padre tiene algo que ver. Le advertí que no se metiera con mi mujer, y ahora estoy hirviendo de rabia.

La violencia no es la solución, pero en este momento, nada me calmaría más que romperle la cara a ese desgraciado.

Lo único que me retiene en este momento es Juliette, no quiero dejarla sola, menos sabiendo que se siente mal y está destrozada. Su rostro refleja el dolor que la embarga, desde que llegamos no ha dejado de sollozar. El rubio me contó todo el plan que tenía para sorprenderme, aún sabiendo que no celebro mi cumpleaños, y eso me hace querer abrazarla, y protegerla.

No merece estar pasando por esta mierda.

—Estoy aquí para ti —murmuro—, pero necesito que me digas lo que sucedió —ella se acerca hasta apoyarse en mi cuerpo, dejando que la abrace—. Y no digas que estás bien, porque sé que no es así.

La rubia se enrosca aún más en la manta, como si quisiera desaparecer. Sus labios tiemblan, pero no emite sonido alguno.

Nuestro cachorro —ahora no tan pequeño—, se acurruca junto a ella, como si intuyera que necesita de su consolación.

—Fue mi tío... ¿no? —indaga Joseph antes de extenderle un vaso de agua que ella recibe y luego toma asiento en un sofá individual que está frente a nosotros—. Tienes que hablar, rubia.

Mi corazón late con fuerza, y la impotencia me consume. Quiero arrancarle las palabras, desentrañar la verdad, pero sé que no puedo forzarla. No puedo ser como mi padre, no puedo herirla más.

—Tienes que decirnos que te hizo —alzo su rostro, logrando que me mire a través de sus ojos cristalizados—. Se me parte el corazón de verte así, ricitos.

La luna brilla a través de la ventana, iluminando su rostro pálido. Una de mis manos le acomoda el cabello, impidiendo que se pegue a su rostro. Su cuerpo tembloroso se aferra al mío, y puedo sentir su corazón latir contra la calidez de mi tacto.

—Thomas me ofreció dinero para que me aleje de ti —confiesa—, y lo rechacé, porque no quiero estar lejos de ti.

La rabia arde en mis venas al momento en que escucho aquello. Thomas, mi propio padre, el hombre que me crió y que se supone debe apoyarme, ha cruzado una línea que no puedo ignorar.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —mi voz sale más ronca de lo que quisiera—. Juliette, no puedes pretender callarte algo como eso.

Ella aparta la mirada, y su mano se aferra al borde del sofá. La luz de la lámpara ilumina su rostro, y puedo ver lágrimas que amenazan con caer.

—Porque no quiero que te sientas atrapado entre tu familia y yo —se aparta un poco de mi—. No quiero ser la causa de más conflictos, Matthew.

La ira se mezcla con la necesidad de protegerla. Mi mandíbula se tensa, y mi mano se cierra en un puño. No pienso permitir que nadie más la vuelva a hacer llorar de esta manera.

Incendio (ECLIPSE libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora