26.

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Matthew.

Decidimos pasar el fin de semana en mi departamento, y aunque hemos dormido juntos varias veces, esto era diferente.

Resultaba mucho más íntimo.

Abrí la puerta para ella. Me miró unos segundos con esos hermosos ojos dorados que parecían ver a través de mí. Su cabello rubio rizado caía sobre los hombros y su sonrisa era tan encantadora que la hacía lucir perfecta. Llevaba un jean holgado acompañado de un corset blanco, y era imposible no detallar como la tela resaltaba cada una de sus curvas. Mi corazón se aceleró un poco, porque no existía lugar de su cuerpo que no desease marcar como mío.

Ella era mía, y yo era suyo.

Lo supe desde esa noche en la despedida; tal vez muchos no crean en el destino, pero yo lo hice. Había algo en ella que me invitaba a salir de ese mundo falso en el que estaba metido. Fue como una luz de esperanza en mi vida, y aunque no estuvo bien la manera en que sucedió, jamás sería un error haberla conocido.

Juliette continuo mirando a su alrededor con curiosidad. El departamento era moderno y minimalista, con pinturas a cuadros en las esquinas, paredes color pastel, y algunas ventanas de vidrio que dejaban entrar el sol del atardecer. Además que se podía apreciar el hermoso paisaje de la ciudad, mismo en el que se visualiza el río Támesis, a unos cuantos metros de distancia.

—Lo compré hace un tiempo —le expliqué mientras la guiaba por la sala de estar—. No es enorme, pero es mi refugio.

Desde que empecé a obtener dinero del hospital quise invertirlo en algo que fuese mío, y ahora que Thomas me quitó el puesto en la empresa, caí en cuenta que hice bien al conseguirlo.

—Es hermoso... —responde en medio de un suspiro.

Ella caminó hasta dejar su bolso y chaqueta en la mesa de vidrio que estaba junto a la biblioteca. Todo se mantenía en silencio mientras la noche del viernes se extendía y por algún motivo deseaba que el tiempo transcurriera muy lento, al menos, durante estas 48 horas con ella.

»¿Qué tanto piensas? —preguntó de pronto al notar mi silencio.

No pude evitar recorrer su rostro con la mirada. Grimshaw era preciosa. Parecía una muñeca de porcelana que daban ganas de proteger en una cajita de cristal, y claramente me lastima verla llorar o culparse por lo acontecido con sus padres.

Me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos. Pareció sorprendida por el repentino movimiento, pero en lugar de alejarse, se aferró más a mí. Como si disfrutara de estar atrapada por mi cuerpo.

—En lo feliz que estoy de tenerte aquí. —susurré con suavidad.

Pasábamos tan poco tiempo juntos debido a nuestros horarios locos, y tenerla en mi espacio personal era como un sueño hecho realidad.

Juliette sonrió y se puso de puntillas para besarme la barbilla.

—Bueno, ahora que estoy aquí —me miró con picardía—, tendrás que ayudarme con mis tareas de medicina.

Mis ojos se encontraron con los suyos, y no pude evitar sonreír.

—Trato hecho —respondí—, pero tendrás que darme muchos besos a cambio.

La rubia se sonrojó, y antes de que pudiera procesarlo, sus labios encontraron los míos en una presión pequeña pero prometedora. Claramente yo quería más, así que la atraje hacia mí, profundizando el beso; saboreando su textura. Nuestras lenguas se entrelazaron y pude sentirla jadear contra mi garganta. Sin duda no había otra sensación que pudiera competir con esta.

Mis brazos apretaban su cintura y una de las manos se deslizó más abajo de su espalda. Le dí un breve apretón en el culo, disfrutando de los quejidos que se ahogaban en mi garganta. Nuestro fuego podía ser peligroso, pero también irresistible, y yo estaba dispuesto a quemarme una y otra vez con ella.

Incendio (ECLIPSE libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora