32- Hoy no

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Abrió los ojos a un nuevo día, sin ninguna gana y por obligación. El desagradable dolor de cabeza que el alcohol tiene el vicio de regalar, martilleó sus sienes, sacándola de la calidez del sueño que la envolvía y haciendo qué rodara sobre sí misma sobre las sábanas hasta quedar boca arriba. Al hacerlo, parpadeó un par de veces, confusa. No estaba en su cama, y ese cuarto con olor avainillado no era el suyo. La luz qué precede al mediodía le permitió distinguir los contornos de los objetos que la rodeaban, y solo entonces, aterrizó. Estaba en casa de Chiara, y no tenía ni una sola prenda de ropa encima. Se cubrió el cuerpo desnudo con el edredón, en un gesto que inmediatamente le pareció ridículo al comprobar que nadie la estaba mirando. La inglesa debía de haberse marchado hacía rato, porque su lado estaba frio, y ningún ruido alrededor delataba su presencia.

Suspiró. No le parecía buena señal el haber amanecido sola después de la forma que habían tenido de comenzar el año. Rebobinó a cámara rápida la película que habían protagonizado horas antes, el estallido de saliva, dientes, gemidos y sudor que les había derribado sobre el colchón, donde acabaron por dormirse a una hora indeterminada. El sexo entre las dos había sido intenso, pasional, fiero, casi desesperado, un espacio de evasión en el que descargar las frustraciones y fracasos que las dos llevaban arrastrando durante meses. La piel que la recubría, aún sensible, se estremeció con solo evocarlo, porque no recordaba haber disfrutado de nada tan placentero nunca antes.

Recordó la frase demoledora que Chiara le había lanzado a la cara antes de convertirse a su versión más animal, intentando que le diera una pista de lo que podía esperar de las horas venideras. Solo quiero que me toques hasta que se nos olvide quienes somos y lo que hemos pasado. Antes de que le diera tiempo a romperse los sesos con los posibles significados escondidos en ella, su teléfono móvil sonó desde algún lugar del suelo, haciéndole pegar un bote que la puso finalmente en pie.

- ¿Qué pasa Tana? – contestó desganada, mientras intentaba recomponer con las manos el vestido de la noche anterior, que parecía burlarse de ella, arrugado y apestando a tabaco.

- Pues sí que estamos de buen humor, sí – su hermana, por el contrario, sonaba relajada como sí en vez de echar un polvo, acabara de salir de un templo budista - ¿Dónde estás? Acabo de llegar a casa y mamá está empezando a acosarme con preguntas incómodas.

- Por lo que más quieras, tata, no le digas la verdad, invéntate cualquier cosa – devolvió la prenda al parqué, consciente de que no le iba a servir ni para volver a su hogar, y se giró en todas direcciones, buscando algo qué le hiciera el apaño.

- Vale, pero ¿dónde estás?

- En casa de Chiara – y se pasó las manos por el pelo en este punto, agobiándose por momentos, su cuerpo aplastado por el peso del miedo a lo que pudiera pasar.

- ¿Coño, interrumpo? Perdón, perdón, ya te cuelgo – pero la pelirroja no le dejo despedirse, necesitando un consejo como el comer.

- No interrumpes, me acabo de despertar, sola en su cama – se sentó a los pies del colchón, aún desnuda por completo – Ni siquiera se sí sigue por aquí, por lo que sé lo mismo está en un vuelo de vuelta a Inglaterra.

- Joder – Tana dejó pasar unos segundos sin añadir nada más, porque verdaderamente la escena no pintaba bien, y tampoco quería mentirle - ¿Estás bien? ¿Quieres qué te vaya a buscar?

- No, da igual. Me vendrá bien despejarme un poco. En un rato estoy allí.

Y colgó, necesitando salir cuanto antes de entre esas cuatro paredes que comenzaban a asfixiarla. Se decidió a abrir los cajones de la cómoda sobre la que un rato antes Chiara le había hecho enloquecer, en busca de algo presentable que pudiera servirle para recorrer las calles que le separaban de su propio refugio. Empezó por abajo, y en el segundo de ellos encontró varios pantalones viejos de chándal, eligiendo uno al azar, sin pararse a pensarlo demasiado. Su aspecto era lo que menos le preocupaba en ese momento. Lo cerró de nuevo, sin haber encontrado partes de arriba, y probó suerte con el último. Al tener delante su contenido, tuvo que forzar la vista para comprobar que sus ojos nublados por la resaca no le estaban haciendo trampas.

Volvernos a encontrar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora