37- Luces, cámara, acción

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Nunca una jornada laboral se le había hecho tan larga. Chiara fulminaba los relojes con la mirada, retándolos a correr más, a dejar pasar los minutos a mayor velocidad, mientras se esforzaba porque de su boca salieran cosas con sentido a lo largo de las cinco clases que encadenó, una tras otra, durante la mañana.

Sentada en la sala común, rodeada de compañeros que comían con despreocupación comentando con entusiasmo lo que iba a ocurrir en aquel colegio esa misma tarde, refunfuñó frustrada al comprobar que aun faltaban un par de horas para que Violeta y su equipo aparecieran por allí. Noe les había informado de que el rodaje comenzaría sobre las cinco de la tarde, y entre unas cosas y otras, se esperaba que terminase alrededor de las siete o las ocho. Comprobó de nuevo su reloj de pulsera, solo para darse cuenta de que seguían siendo las tres y diez, y apartó los restos del plato que tenía delante, incapaz de tragar un bocado más.

Estaba nerviosa, lo admitía. Nerviosa, acelerada y un puntito excitada, tampoco lo iba a negar. Para terminar de empeorar la situación, su mente se estaba viendo asediada por fragmentos sueltos de una voz ronca, profunda y tremendamente caliente. Una voz que había implorado piedad solo unas horas antes, rendida a un placer que la tecnología había hecho posible. Se abanicó la cara con un folio que tenía por ahí tirado, y acto seguido lo rompió en bolitas de papel, que se dedicó a lanzarle a la cara a Bea, intentando focalizarse en algo más inocente. Si no, no iba a sobrevivir a la tarde.

Unos cuantos minutos después, mientas se dejaba arrastrar por la madrileña, que no la aguantaba más, hasta su cafetería de siempre, donde tenía pensado beberse una infusión relajante que necesitaba como el comer, su teléfono vibró, haciendo que lo rebuscara con prisa dentro del abrigo.

Reprodujo el vídeo que había recibido, de unos cinco segundos de duración, siendo consciente de su gravísimo error en cuanto distinguió el plano que enfocaba. Violeta, frente al espejo de lo que parecía su despacho en la redacción, aplicándose con toda la calma del mundo aquel pintalabios rojo fuego que tanto juego les había dado la noche anterior. El vídeo terminaba con un cambio de cámara que la mostraba esta vez frente al objetivo sin necesidad de ningún reflejo, solo para susurrarle un "ahora te veo" que le dejó sin respiración.

Iban a tener que ser dos tilas.


Cinco y cinco de la tarde. Chiara se removía inquieta sobre su asiento del salón de actos, en una primera fila de butacas que había luchado por poder alcanzar. A su lado, Bea se partía de la risa, porque no terminaba de entender que era exactamente lo que la tenía tan alterada. No era como si llevara días sin verla, y a sus ojos la situación tampoco tenia nada de extraordinario. Que sabría ella.

- ¿Puedes parar quieta, guiri? Me estás poniendo negra.

- No puedo Bea, no puedo – y el movimiento constante de su pierna derecha lo dejó claro.

- Madre mía, si que te ha dado fuerte a ti.

La conversación de las dos chicas se vio cortada por el ruido de la puerta de acceso al anfiteatro, abriéndose con un chasquido metálico. La morena se puso recta en el asiento, y tensó la espalda, obligándose a no girarse antes de tiempo para verla venir. Una tiene una dignidad que mantener.

Segundos después, se olvidó de su pose de dura al ver como Violeta y tres personas que no conocía se subían al escenario detrás de la directora del centro, acomodándose en las sillas que habían dispuesto para ellos. Pudo ver como los ojos de la pelirroja la buscaban entre la gente en cuanto se asentó allí, encontrándola en seguida, sin dificultad. No pudo evitar lanzarle un guiño irreverente al verla ahí, tan seria, tan profesional, con su bloc de notas, su traje de chaqueta gris y sus gafas de pasta, que solo se ponía en horario de trabajo. La sonrisa mínima y disimulada que se le escapó a la andaluza fue suficiente para que todo el nerviosismo desapareciera de golpe.

Volvernos a encontrar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora