17 - Para siempre

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Violeta seguía en casa de Chiara, intentando distraerse con algo. Pero no podía.

Las horas le parecían años enteros, sin la morena no era lo mismo. Sin su mal genio de vez en cuando, o sus momentos picantes, sin sus sonrisas, ni sus miradas que tanto la excitaban. Sin sus abrazos... sin nada. La casa parecía vacía. Ni el televisor podía sacarla del aburrimiento y la preocupación.

Hasta que pasaron las noticias... dentro de los tres días que Chiata había prometido y más. Ya había pasado una semana, y nada.

- Se organizó una guerra en Rusia... - decía la joven reportera. Violeta solo podía ver cadáveres e incendios -...había agentes y soldados de por en medio, prominentes sobre todo de Estados Unidos y España... - a Violeta se le puso la piel de gallina, deseando que Chiara estuviera bien.

Siguió escuchando atenta treinta y dos muertos y siete
heridos graves, otros tantos desaparecidos.

Los ojos de Violeta se humedecieron. ¿Ninguno que no hubiera sufrido daños? ¿Alguno siquiera que solo fuera herido leve? Dios mío, rezaba que al menos, Chiara fuera uno de esos siete.

Llamaron a la puerta. Violeta fue a abrir a toda prisa.

- ¡Alex! - lo abrazó con todas sus fuerzas. Él sonrió
amargamente.

- Cuidado, pequeña... - ella se apartó. Observó que estaba algo mal herido y sobre todo, lleno de polvo.

- Perdóname... - sonrió, buscando algo de esperanza en los ojos del compañero de la morena.

Pero no vio nada. Solo un destello. ¿Es que acaso ese rudo hombre estaba a punto de llorar? La chispa de esperanza que le quedaba a Violeta se esfumó. Los ojos se le inundaron de lágrimas, sintió una gran opresión en el pecho, el aire le faltó.

La garganta le ardía, tenía un nudo en el estómago. Negó con la cabeza, apretando los labios. Y murmuró su nombre

- Chiara...

- Lo siento... - Alez la miró, la abrazó, y él también... dejó que salieran las lágrimas – Lo siento, nena.... hasta a él se le ahogó la voz. - Me dijo que te diera esto... - se sacó un sobre de su pantalón y se lo entregó. - Al menos, ha muerto dignamente.

***

Si estás leyendo esto... es porque... algo salió mal, cariño...
Siento no estar aquí a tu lado ahora mismo, pero... no quiero que llores ¿eh? Que sepas que te estoy viendo desde arriba y por la noche tendré que hacerte alguna travesura, castigándote por llorar por una estúpida como yo.

¿Sabes? Las horas me parecen años aquí, me cuesta tanto seguir adelante sin ti. La comida está asquerosa, nada se compara a los platos que tú... Mi amor, sabes hacer.

Además estoy rodeado de gilipollas pajeros... y pensar que yo podría tenerte entre mis brazos ahora mismo... si les enseñase una foto tuya, se les caería la polla al suelo. Pero paso... no quiero que tengan sueños eróticos con mi nena.

¿Sabes otra cosa? Quiero que seas feliz, que rehagas tu vida... y que te acuerdes de esta testaruda mujer de vez en cuando. Quiero que tengas hijos... entre ellos una hija, que salga a su madre, que tenga esa mirada limpia, y ese gran corazón que tú tienes. Quiero que disfrutes, en otra persona, de lo que a mí no me ha dado tiempo de darte.

Y quiero que sepas, que yo... estando ahí arriba... o en todo caso, ahí abajo, donde pertenezco más, estaré pensando en ti, en cada hora, cada minuto, cada segundo. Te amé... te amo... y te amaré. Siempre.

Chiara Oliver.


Era la séptima vez que leía la carta. El pañuelo estaba empapado, y ella, sentada en el peldaño de la casa de Chiara, no sabía qué hacer. Se sentía acabada, se sentía sin vida.

Un brazo, algo tembloroso la rodeó por detrás.

- Te dije que no lloraras por una imbécil como yo. Te voy a tener que castigar.

Violeta abrió la boca, de par en par se giró, y se lanzó encima de Chiara.

- Eres tonta... dios mío... no sabes lo mal que lo he pasado... - Violeta empezó a llorar, de nuevo, como nunca lo había hecho.

Chiara estaba herida, pero lo más importante es que estaba viva, la besó tiernamente. Los besos que ella había echado tanto en falta.

- Te dije que... te dije que volvería. Y esta vez, para quedarme, para estar contigo. Para siempre.

***

Después de un par de meses, una rehabilitación y algunos centenares de explicaciones a sus amigas y familiares, Violeta había vuelto a su vida normal. Pero con algo más... con Chiara. Después de que Alez y ella se hicieran a la idea de que Chiara había muerto, por milagro, había vuelto. Y ahora ya, recuperada... convivían, el día a día juntas, aunque no llevaran mucho tiempo, en la casa de Chiara situada al centro de Los Ángeles. Para Violeta era una ventaja, pues caía cerca de su clínica de masajes.

- Me voy... - le dio un ligero beso en los labios a Chiara. La morena le dedicó una sonrisa - ten cuidado.

- Eso te lo tendría que decir yo a ti. - Una mirada fue suficiente para que el cuerpo de Violeta reaccionara - debería estar prohibido que una mujer como tú se paseara con tacones altos por la calle. - Violeta dejó escapar una risita floja y cerró la puerta, prometiendo a Chiata que por la noche seguirían discutiendo eso. Como ellas dos lo solían hacer... entre las sabanas.

- Buenos días Nai. - saludó a su secretaria.

- Buenos días Vio. - La pelirroja le devolvió una tierna sonrisa, mientras seguía arreglando unos papeles. - Tienes hora, hay una nueva clienta.

- ¿Sí? - Naiara asintió - ¿Cómo se llama?

- Alba

- ¿A qué hora? – dijo Violeta entrando a los vestuarios y cambiándose la ropa de calle por la bata de la clínica.

- A... esta. - Naiara se giró hacia la pelirroja. - es esta chica.

Violeta se giró. No creía lo que sus ojos estaban viendo. La nueva clienta era jodidamente parecida a Marina. Esta se frotó los ojos. Céntrate, Violeta, céntrate... es imposible. Sonrió. Chiara dijo que Marina estaba... muerta.


















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