42 - Echo

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- No te preocupes, no lo dice en serio. - dijo Sofía acercándose a Violeta. Le acarició la mejilla. - Siento el bofetón, cuando alguien se pone histérico, no consigo controlarme yo tampoco.

- No pasa nada. - sollozó, agachando la cabeza y frotando ambos parpados inferiores con el pulgar de su mano derecha. Este quedó mojado al instante.

- Eh, nena, no llores. Keeks no lo dice de verdad, apuesto lo que sea a que Chiara tiene más ganas que tú de casarse. - le sonrió y la abrazó.

- Si, ya. - Violeta no conocía de mucho a aquella persona.
Prácticamente, por no decir nada de nada. Pero parecía - era- agradable. Violeta se zafó. - Me voy, he dejado a la niña al coche, y no quiero que la otra persona a la que más quiero en este mundo, se enfade conmigo también.

Violeta se dirigió hacia la salida, sintiendo miles de miradas clavadas en su espalda. Dio pequeñas y decididas zancadas, haciendo resonar pasos en las blancas baldosas de la agencia de Omar. El agente de antes le abrió la puerta de salida. Ella se dirigió al coche. Las luces parpadearon al darle al mando de acceso. Abrió la puerta y se metió en el piloto.

- ¿Cómo estás? - dijo mirando a Lúa.

- Bien. - sonrió la niña. - Mamá ¿lloras?

- No mi vida, es que se me entró algo en el ojo.

-¿Quieres que te sople?

- No, ya conseguí quitármelo. - le sonrió a su hija y le frotó la pierna.

Violeta encendió el motor del mini e hizo maniobra para salir del callejón.
Pronto se encontró en plena carretera, agazapada del tránsito de mediodía de un domingo en Los Ángeles.

Algo se le pasó por la cabeza. Algo grande, pequeño a la vez. Algo loco, pero muy... muy no sé, no sabría describirlo ¿Romántico? No, no sería la palabra exacta.

- Lúa. - la llamó.

- ¿Qué? - dijo alzando la vista y sujetando a un quien con una mano y una Barbie con la otra.

- ¿Me acompañarías a un sitio?

- ¿A dónde?

Violeta se lo explicó muy por encima.

- Pero eso duele.

- No, además mami tiene muchos, y yo unos cuantos también - mintió su madre a lo de doler. Un poco si que dolían.

- Mamá, estás cra-zy.

Violeta sonrió, negando con la cabeza y fijando la vista a la carretera.

- A veces me parece mentira que solo tengas cuatro años y medio.

***

Las once y treintaiocho de la noche. Ahora y treintainueve.
Los ojos de Violeta volvían a estar inundados en lágrimas.
Chiara no había vuelto. No le había dado la gana de volver. Había acostado ya a Lúa. Le había dicho que su madre estaba fuera durante todo el día por culpa del trabajo, y que por eso no había comido ni cenado con ellas.

La pelirroja quería que volviera. Quería pedirle perdón, hablar, como personas. Ella se había equivocado, pero la morena, también. No, no quería que volviera. Necesitaba que volviera. Sentir su presencia cerca. A veces molesta, a veces agradable, o quizás graciosa. Otras picante, otras romántica. Tanto era. Lo necesitaba a ella, necesitaba su carácter único que complementaba el suyo. Terminó de poner la ropa de color dentro de la lavadora.

Unas pequeñas gotitas se dibujaron en el gravado gris del aparato. Violeta tiró los mocos hacia arriba y apretó los ojos con fuerza. Igual que los labios. Odiaba llorar. Odiaba sentirse mal. Pero eso la hacía humana.

Protégeme - Kivi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora