Capítulo 35: Volver a la Normalidad

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Después de un día agotador lleno de transformaciones y humillaciones, Sofía se dejó caer en su cama, deseando que todo terminara de una vez por todas. Su cuerpo estaba dolorido y su mente, agotada. Jorge se sentó junto a ella, aún preocupado por lo que habían vivido juntos. Ambos apenas podían mantenerse despiertos, pero sabían que necesitaban descansar.

Sin embargo, justo antes de cerrar los ojos, Sofía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Miró hacia abajo y notó que su ropa había desaparecido. Sin poder reaccionar, su piel comenzó a cambiar, volviéndose flácida y arrugada.

Sus pechos y glúteos perdieron firmeza, volviéndose como gelatina, temblando con cada movimiento que hacía. Trató de cubrirse, pero su piel colgante solo la hacía sentirse más vulnerable.

—¿Qué... qué me está pasando? —preguntó, con una voz temblorosa y llena de miedo.

Jorge la observó, sorprendido y sin saber qué decir. Podía ver cómo Sofía luchaba por aceptar la nueva humillación. Avergonzada y abrumada, Sofía se acurrucó en la cama, intentando ocultar su cuerpo cambiado mientras las lágrimas comenzaban a caer por su rostro.

—No puedo más con esto, —susurró, sintiéndose completamente derrotada.

Jorge, sin saber cómo consolarla, se acostó a su lado y la abrazó suavemente. La sensación de su piel flácida contra la suya lo incomodó, pero se negó a dejarla sola en ese estado. Pronto, el cansancio los venció a ambos, y se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente, Sofía se despertó sintiéndose extraña. Notó que Jorge ya no estaba a su lado, y cuando trató de levantarse, sus músculos protestaron con dolor. Se miró en el espejo que había junto a la cama y soltó un grito ahogado.

Su reflejo era el de una anciana desnuda de 80 años. Su cabello, ahora gris y delgado, caía desordenado sobre sus hombros. Las arrugas marcaban profundamente su rostro, y su cuerpo entero había envejecido décadas. Los pechos colgaban aún más, y su piel, como papel pergamino, temblaba con cada movimiento.

—¡No, no puede ser! —gimió Sofía. La desesperación y el horror la invadieron mientras trataba de entender lo que estaba pasando.

En ese momento, Lucía apareció nuevamente, pero esta vez con una expresión seria.

—Buenos días, Sofía, —dijo con frialdad. —Creo que ya es momento de que tú y yo tengamos una charla.

Justo cuando Jorge entraba en la habitación, Lucía lo detuvo con un gesto.

—Es mejor que te vayas, Jorge. Necesito hablar con Sofía a solas.

Jorge dudó, mirando a Sofía con preocupación, pero ella asintió débilmente, aceptando la situación.

—Estaré afuera, —dijo Jorge antes de salir del cuarto.

Una vez que estuvieron solas, Lucía se acercó a Sofía, que se había sentado en el borde de la cama. La anciana que ahora era Sofía parecía más vulnerable que nunca, pero había una resolución en sus ojos que Lucía no había visto antes.

—He pasado por todo esto por tu culpa, —comenzó Sofía, con una voz rasposa y débil. —Has jugado con mi vida y mi cuerpo de maneras que nunca pensé posibles.

Lucía la miró fijamente, sin decir nada, dejando que Sofía hablara.

—Pero creo que finalmente entiendo lo que intentabas hacer, —continuó Sofía, su voz temblando. —Querías que aprendiera una lección. Que sintiera lo que es ser alguien más, que experimentara la vida desde otra perspectiva. Y aunque te odio por lo que me has hecho pasar, sé que... —hizo una pausa, tragando saliva con dificultad—, de alguna manera, esto era necesario.

Lucía asintió lentamente. —Esa es la primera vez que admites algo así, —dijo suavemente. —Siempre hubo un propósito detrás de todo esto, Sofía. —Hizo una pausa, acercándose un poco más—. Pero no fue solo para castigarte. También fue para que te conocieras a ti misma.

Sofía cerró los ojos, sintiendo cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas arrugadas.

—Quiero volver a ser yo, —susurró. —Quiero ser Carlos otra vez.

Lucía la observó en silencio, evaluando cada palabra, cada gesto. Luego, finalmente, extendió la mano.

—Está bien, —dijo. —Te devolveré a tu forma original, pero con ciertas restricciones. Y tendrás que aprender a vivir con ellas.

Con un chasquido de sus dedos, la habitación se llenó de una luz brillante, y en un instante, Sofía comenzó a transformarse de nuevo. Sus arrugas desaparecieron, su cabello recuperó su color y su cuerpo volvió a ser el de un hombre joven.

Finalmente, Carlos estaba de vuelta.

Cayó de rodillas, respirando profundamente mientras sentía que todo su ser volvía a la normalidad. Miró a Lucía, que lo observaba con una expresión enigmática.

—Gracias, —murmuró, con la voz quebrada por la emoción.

—Gracias, —murmuró, con la voz quebrada por la emoción

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Lucía asintió una última vez. —Vive bien, Carlos, y recuerda todo lo que has aprendido, —dijo antes de desaparecer en un destello de luz, dejando a Carlos solo, pero más sabio y consciente de sí mismo.

El capítulo termina con Carlos mirando la puerta, sabiendo que un nuevo comienzo lo espera, aunque con restricciones aún por descubrir.

EL CASTIGO DEL INFIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora