Capítulo 18: Un Peso Insostenible

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Sofía se despertó en la comodidad de su cama, sintiendo el calor reconfortante del cuerpo de Jorge a su lado. A pesar de todas las dificultades que había enfrentado, había algo en esos momentos tranquilos que le hacía olvidar, aunque fuera por un breve instante, las complejidades de su situación. Los últimos dos días, sin castigos aparentes de Lucía, le habían permitido disfrutar de una paz que no sentía desde su transformación.

Jorge se movió ligeramente, abriendo los ojos y sonriendo al verla.

—Buenos días, Sofía —dijo con voz suave, acariciando su rostro con ternura.

—Buenos días —respondió ella, sintiendo una calidez en su pecho que la hacía sonrojarse ligeramente. Aunque su mente estaba llena de dudas y conflictos, no podía negar que estar con Jorge le hacía sentir algo especial, algo que nunca había experimentado antes.

Ambos se levantaron de la cama y se dirigieron a la cocina. Jorge, siempre atento, comenzó a preparar el desayuno, y Sofía se sentó en la mesa, observándolo. No podía evitar sentirse agradecida por su presencia. Él era amable, cariñoso, y le daba un sentido de normalidad en medio del caos que se había convertido su vida.

Cuando Jorge le sirvió un plato de huevos revueltos y tostadas, Sofía se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Tomó un bocado, disfrutando del sabor simple pero reconfortante de la comida. Sin embargo, en cuanto el primer bocado llegó a su estómago, sintió algo extraño. Una sensación de pesadez la invadió, como si su cuerpo hubiera absorbido mucho más de lo que había comido.

Se miró a sí misma rápidamente, y aunque al principio no notó nada diferente, al tomar otro bocado, la sensación se intensificó. Esta vez, se dio cuenta de que su camiseta se sentía más ajustada alrededor de su pecho. Sus pechos parecían haber crecido un poco, llenando la tela de una manera que no lo habían hecho antes.

—¿Estás bien, Sofía? —preguntó Jorge, notando su expresión de sorpresa.

—Sí... estoy bien —dijo ella, aunque no estaba segura de si era verdad. ¿Qué estaba pasando? ¿Era otro de los castigos de Lucía?

A pesar de la extraña sensación, continuó comiendo. Cada bocado que tomaba hacía que su cuerpo se sintiera más pesado, y su ropa se ajustaba más a su cuerpo. Sus pechos se hinchaban visiblemente, estirando la camiseta hasta que apenas podía contenerlos. Su trasero también comenzó a sentirse más grande, haciendo que su falda se levantara ligeramente mientras se sentaba.

Sofía trató de ignorarlo, pensando que quizás solo era su imaginación. Pero después de varios bocados, se hizo imposible de ignorar. Sus caderas se expandieron, sus muslos se volvieron más gruesos, y sus glúteos se inflaron tanto que la silla en la que estaba sentada empezó a rechinar bajo su peso creciente.

—Sofía, ¿estás segura de que estás bien? —insistió Jorge, esta vez con un tono más preocupado al ver cómo su figura cambiaba visiblemente ante sus ojos.

—Creo que... creo que Lucía está haciendo algo —dijo Sofía, soltando el tenedor y poniéndose de pie con dificultad. La sensación de pesadez era tan abrumadora que casi pierde el equilibrio. Sus pechos, ahora mucho más grandes de lo normal, rebotaron con el movimiento, llamando aún más la atención de Jorge.

Jorge se levantó rápidamente para ayudarla, pero Sofía se apartó ligeramente, sintiéndose avergonzada y frustrada.

—No, Jorge, no te acerques. No quiero que me veas así —dijo, tratando de cubrirse con sus manos, aunque era prácticamente inútil.

—¿Qué está pasando? —preguntó él, confundido y preocupado—. No entiendo por qué esto te está sucediendo.

—Es otro de los castigos de Lucía —respondió Sofía con amargura—. Parece que cada vez que como, mi peso aumenta, junto con... —miró hacia abajo a su cuerpo, sintiendo una mezcla de vergüenza y desesperación—. Bueno, ya puedes ver lo que pasa.

Jorge asintió lentamente, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. A pesar de la sorpresa, no parecía asustado o disgustado; en cambio, parecía decidido a ayudarla.

—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó, extendiendo una mano hacia ella.

Sofía negó con la cabeza, sintiendo lágrimas de frustración comenzando a llenar sus ojos. ¿Por qué Lucía seguía haciendo esto? ¿Qué estaba tratando de probar? Todo lo que quería era un poco de paz, un momento de normalidad, pero parecía que incluso eso era demasiado pedir.

Decidió que no comería más ese día, esperando que eso detuviera el efecto del hechizo. Sin embargo, la sensación de hambre no desaparecía, y con cada hora que pasaba, se hacía más difícil resistir. Su estómago gruñía de hambre, recordándole su necesidad de comida, pero sabía que ceder significaría más cambios, más humillación.

El resto del día fue una lucha constante. Cada vez que sentía hambre, Sofía tenía que recordarse a sí misma que comer solo empeoraría las cosas. Pero al final, cuando el hambre se hizo insoportable, tomó un pequeño bocado de un trozo de fruta, esperando que fuera suficiente para calmar su estómago.

Sin embargo, tan pronto como la fruta tocó su lengua, sintió el familiar aumento de peso. Sus pechos se expandieron nuevamente, esta vez tan rápidamente que la camiseta que llevaba puesta se rasgó, revelando el sostén que ya estaba demasiado apretado para contenerlos. Sus glúteos se hincharon una vez más, y sus caderas se ensancharon, haciéndola sentir como si estuviera cargando el peso del mundo en su cuerpo.

—No... —murmuró, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas—. Por favor, no más.

Jorge se acercó a ella una vez más, sin dudarlo, la abrazó con fuerza, ignorando los cambios físicos y centrándose solo en el dolor que veía en sus ojos

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Jorge se acercó a ella una vez más, sin dudarlo, la abrazó con fuerza, ignorando los cambios físicos y centrándose solo en el dolor que veía en sus ojos.

—Estoy aquí, Sofía. Pase lo que pase, no estás sola —le susurró.

A pesar de su desesperación, Sofía se sintió un poco aliviada por las palabras de Jorge. Pero mientras se acurrucaba en su abrazo, sabía que este era solo otro día en su interminable tormento. Lucía no había terminado con ella, y cada momento de tranquilidad solo era el preludio de más dolor y humillación.

EL CASTIGO DEL INFIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora