¿que opinas?

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A medida que se acercaba el día de la boda, había comenzado a ver a Ethan con mayor frecuencia. Nuestros paseos por los jardines del palacio se habían vuelto un ritual, al igual que nuestras conversaciones, que a menudo giraban en torno a los preparativos para la ceremonia y la alianza que unía a nuestras familias. Sin embargo, ambos compartíamos la misma duda silenciosa sobre los verdaderos motivos de dicha unión.

—¿Qué opinión le merece esta alianza matrimonial? —inquirí en una de nuestras caminatas, mi voz apenas perturbando la quietud del ambiente.

Ethan tardó unos instantes en responder, como si sopesara cada palabra.

—Supongo que, en términos políticos, es una manera efectiva de forjar una unión entre reinos —dijo, aunque había cierta reticencia en su tono que no pasó desapercibida.

Observé las flores a nuestro alrededor y suspiré suavemente.

—No siempre es el mejor de los caminos. En algunos casos, este tipo de acuerdos puede acarrear más dificultades que beneficios.

Ethan se detuvo y me miró con una expresión inquisitiva.

—¿Se refiere a las personas que, por el bien de sus respectivos reinos, deben comprometerse sin opción a elegir, condenándose a una vida que quizá nunca los haga felices?

Asentí, sintiendo el peso de nuestras palabras.

—Sí, exactamente. Ese es el verdadero conflicto en este tipo de alianzas.

Ethan mantuvo su mirada sobre mí por unos instantes más antes de hablar, su voz baja y seria.

—¿Le incomoda la idea de casarse conmigo? —preguntó, con un tono que denotaba más curiosidad que preocupación.

Su pregunta me tomó por sorpresa, pero no era del todo inesperada. Lo miré con sinceridad, queriendo encontrar las palabras adecuadas.

—No, no es eso. —Le devolví la pregunta con una mirada inquisitiva—. ¿Por qué lo pregunta?

Él esbozó una ligera sonrisa, encogiéndose de hombros.

—No sé... pensé que podría sentirse así.

Desvié la mirada hacia el sendero que se extendía ante nosotros, meditando en mi respuesta.

—No, seré feliz estando a su lado, Ethan —admití en voz baja.

Ethan, con su acostumbrada jovialidad, sonrió de inmediato, su tono adoptando un matiz juguetón.

—¿Acaso eso ha sido una declaración de amor, mi querida Lía? —rió ligeramente.

Me detuve en seco, sintiendo un súbito rubor subir a mis mejillas.

—¡¿Cómo puede decir tal cosa?! —exclamé, notando cómo la calidez me envolvía de pies a cabeza.

—Le ruego me disculpe, no era mi intención ofenderla —dijo, aunque su sonrisa seguía presente—. Pero, en verdad, ¿le parece tan mala esta situación?

Titubeé un momento antes de responder, con la mirada fija en los guijarros del camino.

—Bueno... en realidad, no creo que sea algo malo... usted es una persona amable y siempre me ha tratado con gran deferencia.

Ethan, divertido, esbozó una sonrisa más amplia.

—¿Y qué más? —insistió, evidentemente disfrutando de mi vergüenza.

Suspiré, sintiendo que no había escapatoria.

—Que no puedo comprender cómo es que no se comprometió con ninguna de las damas que vinieron antes de mí.

Al decir esto, noté que su rostro cambió. La ligereza de la conversación se desvaneció, y por un momento pensé que había dicho algo indebido. Ethan bajó la mirada, y el silencio que siguió fue denso y lleno de significado.

—No me casé con ellas porque... —comenzó, su voz apenas un susurro.

—¿Por qué? —le animé a continuar, aunque temía la respuesta.

—Eran otros tiempos... Yo era demasiado joven y me vi forzado a convivir con esas muchachas. Muchas intentaron tomar libertades que no les correspondían. Era algo que no estaba preparado para enfrentar.

Sentí un profundo pesar al escucharle. Jamás habría imaginado que Ethan, siempre tan seguro de sí mismo, había pasado por algo tan angustioso.

—¿Qué edad tenía entonces? —pregunté suavemente, deseando no haber tocado un tema tan delicado.

—Catorce —murmuró, sin levantar la mirada.

Mi corazón se contrajo de pena.

—Eso es... terrible, Ethan. No puedo imaginar lo difícil que debió ser para usted.

Él asintió, con una expresión resignada.

—Lo he superado con el tiempo, o eso creo.

—¿Y por esa razón aceptó este compromiso? —le pregunté con delicadeza.

Ethan esbozó una pequeña sonrisa, como si aquella confesión le hubiera liberado de un peso.

—Al principio no quería aceptar. De hecho, fue por eso que no vine a conocerla de inmediato. Pero luego... la conocí por casualidad, y todo cambió.

—¿Se arrepiente de ello? —le pregunté, aunque mi corazón ya conocía la respuesta.

Ethan negó con firmeza, sus ojos brillando con una calidez inusual.

—No. Ni por un segundo. Ojalá pudiera repetir aquel primer encuentro una y otra vez, si eso significara que siempre le encontraría al final de ese camino.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora